Planeta Vulcano en Sistema el Solar

A estas alturas de la vida, todos sabemos qué es el Sistema Solar y por cuántos planetas está formado. Pero, ¿y si os dijera que pudo llegar a incluir algún planeta más? ¿A que os quedaríais sorprendidos? Vale sí, ahora mismo muchos de vosotros estaréis pensado en Plutón, el planeta que fue excluido de la colección a consecuencia de sus reducidas dimensiones. ¡Y luego dicen que el tamaño no importa!

Damas y caballeros, en el siguiente artículo, van a conocer con todo lujo de detalles la historia de Vulcano, “el planeta fantasma” del Sistema Solar. Así que, sin más dilación, ¡abróchense los cinturones que la aventura está a punto de comenzar!

Estructura actual que presenta el Sistema Solar
Estructura actual que presenta el Sistema Solar

El origen de Vulcano: “el planeta cero”

Para conocer la curiosa leyenda de este fantasmagórico planeta, nos tenemos que remontar a mediados del siglo IXX, concretamente al año 1859. Por aquel entonces, Edmond Lescarbault, un médico francés, y astrónomo aficionado, se encontraba observando el Sol con su telescopio cuando, de repente, tal y como afirman sus manuscritos, comenzó a visualizar un pequeño punto negro en zonas próximas al disco solar.

Lescarbault estaba convencido de que esa sombra se correspondía con un cuerpo celeste, un planeta, que todos los físicos y astrónomos de todo el globo estaban como locos buscando. ¡Ojo avizor! No era un planeta cualquiera. Se trataba de Vulcano, un posible planeta anterior a Mercurio. Echando más leña al fuego, os diré que todo este relato tiene su origen en el descubrimiento de otro planeta. ¡Hablemos de Neptuno, y del señor Urbain Le Verrier!

El descubrimiento de Neptuno

Urbain Le Verrier fue un matemático francés especializado en astronomía. Le Verrier podría catalogarse como un “hoplita de la astrofísica”, es decir, un astrofísico de primera categoría. Consiguió adquirir el respeto de toda la comunidad científica de la época llevando a cabo una hazaña impensable. Solo con papel y pluma, fue capaz de estimar cómo serían las órbitas de todos los planetas. Para ello, se apoyó tanto en la ley de la gravitación universal, propuesta por Isaac Newton, como en las leyes de Kepler.

Le Verrier planteó una simulación matemática donde intentó reproducir las órbitas de los planetas. Para hacer un uso correcto de la ley de Newton, tuvo que tener en consideración la fuerza de atracción que ejerce el Sol sobre todos los planetas, y además, las que dichos planetas se ejercen unos a otros. Como consecuencia de estos eventos, las cuentas eran kilométricas y bastante engorrosas. No obstante, Le Verrier no se rindió, y los resultados de la simulación fueron extraordinarios.

La simulación que Le Verrier realizó concordaba muy bien con los datos que los astrónomos veían en el firmamento, a excepción de un planeta: ¡Urano! Este cuerpo celeste tenía un comportamiento bastante anómalo. Mientras que el resto de astros se ajustaban a las ecuaciones, Urano se movía un poco raro. La órbita obtenida en el cálculo y la observada empíricamente, vía telescopio, no encajaban. ¿Qué estaba pasando aquí?

Fotograma del planeta Urano
Fotograma del planeta Urano

Muchos físicos y astrólogos antes que Le Verrier ya estaban al tanto de la existencia de este suceso. Sin embargo, fue él quien tuvo la curiosidad de saber por qué ocurría tal fenómeno. ¿Qué era aquello en lo que se había equivocado en su simulación? ¿Cuál era la naturaleza del suceso causante de que Urano se moviera así? Personalmente, son cuestiones que veo muy probables que Le Verrier se hiciera asimismo. De hecho, si yo estuviera en su tesitura, también me las plantearía.

En un principio, Le Verrier supuso que podía haber subestimado las fuerzas de atracción gravitatoria tanto de Júpiter como de Saturno. Si hacemos la suma de las fuerzas gravitaciones de todos los planetas, a excepción de estos dos (Júpiter y Saturno), y las comparamos con las fuerzas que ejercen dichos planetas por separado, el sumatorio se queda a años luz de igualarlas. ¡Fijaos!

Para un mayor conocimiento, la masas de Júpiter y Saturno son equivalentes a 318 y 95 veces la de la Tierra, respectivamente. Además, estos planetas son un 1.120% y un 945% más grandes que la Tierra. La gran desproporción entre masas y volúmenes estriba en la composición y naturaleza de los planetas. Júpiter y Saturno son planetas gaseosos, a diferencia de la Tierra que es de composición rocosa. Y si por algo se caracteriza cualquier gas es por su tendencia a ocupar todo el volumen posible. ¿Verdad?

Le Verrier tiró del hilo e indagó más en estas suposiciones. Por desgracia para él, cálculos más precisos que realizó a posteriori le llevaron a la conclusión de que no estaba yendo bien encaminado. Tras derretirse la sesera, Le Verrier dio con el Santo Grial. Analizando los datos, pensó: “quizás haya otro planeta por detrás de Urano, en el anonimato hasta la fecha, que tira gravitacionalmente de él y cuyo impacto no estoy teniendo en cuenta”.

Sin más dilación, Le Verrier puso sus neuronas a mil por hora y empezó a realizar los cálculos en cuestión. Sabiendo la órbita real de Urano, la que es observable “telescópicamente”, se puede establecer una predicción de cómo tiene que ser la órbita de este nuevo planeta, y además, se puede estimar con mucha exactitud la masa y tamaño del susodicho cuerpo. Todo esto se puede saber haciendo uso de la ley de la gravitación universal y las leyes de Kepler. ¡Qué interesante!

Gracias a todos estos cómputos, Le Verrier fue capaz de predecir en qué región del espacio se podía encontrar el planeta, es decir, pudo estimar a qué zona del cielo había que mirar. Una vez colocadas todas las piezas del puzle solo quedaba verificar que todo era correcto. Le Verrier mandó una carta que tardó cinco días en llegar al observatorio astronómico de Berlín.

Así las cosas, fueron los astrólogos Johann Gallede y Heinrich Louis d’Arres, alemán y prusiano respectivamente, quienes al recibir la carta el 23 de septiembre de 1846, colocaron el telescopio orientándolo a la región donde supuestamente se encontraba “el premio gordo”. Por increíble que parezca ¡ahí estaba! Neptuno fue identificado con un margen de error de ¡un grado! cerca del límite entre Capricornio y Acuario.

Para haceros una idea, un grado de error sería equivalente a señalar con el dedo meñique a un punto en el horizonte y moverte a izquierda o a derecha tantos centímetros como la anchura del dedo. En resumidas cuentas, es una barbaridad de precisión. Literalmente, Le Verrier se hizo de oro. ¡Los tarots y los horóscopos al lado de este hombre dan pena!

Siendo justos y claros, los mismos cálculos que hizo Le Verrier los estaba haciendo de forma paralela otro científico británico llamado John Couch Adams, pero claro, en aquellos años los sistemas de comunicación no estaban tan evolucionados como en la actualidad. Por esta razón, nunca pudieron ponerse en contacto. Es más, cuando se hizo oficial y público el hallazgo de Neptuno, exactamente dos días después, Adams estableció comunicación con el Real Observatorio de Greenwich para transmitir sus estimaciones, que resultaron ser mucho más imprecisas que las de Le Verrier (doce grados de error contra uno).

La realidad sea dicha, aún todavía existe polémica acerca de a quién atribuirle el mérito del descubrimiento de Neptuno: estudios recientes del material original que dejó Adams parecen indicar que, en realidad, todo el mérito recae en el francés. Sin embargo, al parecer se ocultó esta información de Adams para que ambos pudieran ostentar el honor del descubrimiento.

Aparte de estos dos astrónomos, hubo otros muchos científicos que casi identificaron a Neptuno de pura casualidad, entre ellos Galileo. Ahora os estaréis preguntando: “¿cómo es posible que no se dieran cuenta de esto?” La respuesta es muy simple, Neptuno al ser un planeta que está tan lejos de la Tierra, se mueve muy poco, por lo que era muy sencillo confundirlo con una estrella. El descubrimiento de Neptuno le llevó a Le Verrier a intentar resolver otro enigma, un nuevo misterio muy prometedor, la precesión de Mercurio.

La precesión anormal de Mercurio

Para entender mejor este misterio hay que tener clara la premisa de que Mercurio, por el hecho de ser el planeta más cercano al Sol, es precisamente uno de los más difíciles de poder ver con nitidez. Venus es conocido mundialmente como “el Lucero del alba” o “la Estrella del alba”. La razón estriba en que este planeta solo puede verse o al amanecer o al anochecer, y durante un periodo de tiempo bastante escaso.

Ver a Mercurio es todo un reto astronómico. Al estar tan cerca del Sol en comparación con la Tierra, cuando el Sol se pone, Mercurio deja de ser visible dada su proximidad a este. No hay tiempo suficiente para poder verlo de una forma clara. Venus tiene una atmósfera muy rica en CO2, lo que hace que tenga un albedo muy alto, y por tanto, que refleje mucha luz. Este es el motivo por el que Venus es tan brillante. En contrapartida, Mercurio tiene una atmósfera sumamente delgada y poco densa, por lo que brilla mucho menos al no reflejar tanta luz.

Durante el movimiento de traslación, los planetas no solo orbitan en torno al Sol, sino que además, la rotación de su órbita los hace rotar. Este movimiento en astronomía se llama precesión del perihelio, y es semejante al movimiento que hace una peonza cuando pierde mucha energía cinética (velocidad) y empieza a tambalearse.

Diagrama de la precesión orbital de un planeta
Diagrama de la precesión orbital de un planeta

En definitiva, los planetas giran “tambaleándose” alrededor del Sol. Mercurio es el planeta del Sistema Solar en el que más se dispara la precesión: 575 segundos de arco por siglo. Básicamente, este dato viene a decir que la precesión de Mercurio se completa, más o menos, en torno a los 225391 años. Sin embargo, aunque es un movimiento muy lento, es medible y cuantificable. ¡Ahí es nada! Y es precisamente, en este punto, donde vuelve a tomar cartas en el asunto nuestro amigo Le Verrier.

Le Verrier se preguntaba qué era lo que hacía que la precisión de Mercurio fuese tan grande en comparación con las del resto de planetas. A groso modo, Le Verrier y muchos otros científicos de la época pensaban que el quid de la cuestión radicaba en que eran el resto de planetas los que tiraban gravitacionalmente de Mercurio, y generaban esa precesión tan abismal.

Le Verrier puso de nuevo sus neuronas en modo “locura matemática” y procedió realizar una nueva simulación con los cálculos pertinentes. Obtuvo cuál debía ser esa hipotética precesión de Mercurio, la comparó con los datos recopilados experimentalmente y… ¡sorpresa, los datos no casaban! La predicción obtenida en el cálculo era más lenta que la observada: 575” frente a 532”, respectivamente. Ahora bien: ¿de dónde salían esos 43” de diferencia? Siendo honestos, el error es bastante pequeño, pero a Le Verrier le bastó para concluir que ahí había “turrón del bueno”.

Siguiendo con la “doctrina neptuniana”, Le Verrier pensó: “si mis cálculos están fallando, ¿no será que no estoy teniendo en cuenta otro nuevo cuerpo celeste?” Así fue como Le Verrier propuso un nuevo cuerpo o varios cuerpos que podrían girar muy cerca del Sol, concretamente entre este y Mercurio. Dada la gran reputación que Le Verrier tenía por aquel entonces, pidió a los astrónomos que estuviesen con los ojos bien abiertos a ver que encontraban en las proximidades al Sol. No transcurrió un año hasta que se llevó a cabo el primer avistamiento. Dicha detección fue efectuada por Lescarbault, el astrónomo nombrado al comienzo del artículo.

El culebrón de Vulcano

Lescarbault le juró por lo más sagrado a Le Verrier haber visto transitar un corpúsculo extraño cerca del Sol. Teniendo en cuenta que nos hallamos en el siglo IXX, el ámbito de la fotografía telescópica aún estaba en desarrollo. Es más, todavía no se habían construido telescopios que fuesen capaces de obtener fotografías. En aquellos años se empleaban daguerrotipos y técnicas similares para recoger eclipses y estrellas muy brillantes.

En resumen, Le Verrier solamente contaba con el testimonio de Lescarbault. Quiero suponer que los datos tomados por este astrónomo fueron lo suficientemente fiables como para que Le Verrier depositara sobre él absoluta confianza. A decir verdad, creo que no era el típico que se tiraba a la piscina así porque sí. Lescarbault y Le Verrier presentaron los datos recopilados a la Academia de Ciencias francesa, los cuales, se filtraron a la prensa. El descubrimiento de un nuevo planeta antes de Mercurio se difundió como la pólvora. Dicho planeta fue apodado como Vulcano.

Los científicos Edmun Lescarbault y LeVerrier conversando sobre los datos de Vulcano
Los científicos Edmun Lescarbault (izquierda) y Urbain Le Verrier (derecha) conversando sobre los datos de Vulcano

A partir de ahí, infinidad de astrónomos de todo el globo terráqueo afirmaron haber visto a Vulcano. De hecho, también hubo testimonios de gente que afirmaban haberlo atestiguado mucho antes que ellos, pero que no tenían muy claro que era lo que habían visto. ¡Ya claro! ¿Y qué más?

Todos estos sucesos, unidos al hecho de que Le Verrier ostentaba en su espaldas el hallazgo de Neptuno, desencadenaron que la idea de la existencia de Vulcano cobrase más auge y fuerza. Esto es una falacia como una catedral, denominada ad verecundiam, argumento de autoridad o magister dixit, la cual, consiste en tomar algo como verdadero porque quien afirma el susodicho argumento tiene autoridad en la materia. ¡Craso error!

El periódico New York Times, también hizo propagación de la noticia, incluso, la consideró como uno de los grandes descubrimientos de la historia. De repente, el Sistema Solar pasó a ser: Vulcano, Mercurio, Venus, Tierra, etcétera. Ante estas afirmaciones, ahora os estaréis cuestionando: “¿por qué a día de hoy el primer planeta sigue siendo Mercurio?, ¿qué paso con el enigmático Vulcano?” La respuesta es triste y a la vez muy simple. Sencillamente, no existía.

Apariencia física hipotética de cómo debería ser Vulcano
Apariencia física hipotética de cómo debería ser Vulcano

Desmontando a Vulcano

Pensando detenidamente el problema, se esgrime la conclusión de que todos los males vinieron por suponer como verdad unos cálculos que no habían sido rigurosamente probados. Y a eso se suma el hecho de que las afirmaciones se tomaron como ciertas solo porque Le Verrier las corroboró. Haciendo cálculos, Le Verrier tomó las medidas de Lescarbault para predecir tanto el comportamiento de la órbita como el tránsito de Vulcano. De este modo, estableció una predicción de dónde se iba a encontrar.

Tristemente, Le Verrier falleció poco después y nunca vio los resultados. Siguiendo las instrucciones de Le Verrier, cuando los científicos colocaron los telescopios apuntando al Sol ¡no encontraron nada! Todas las predicciones habían errado. ¡Vulcano jamás apareció! Aun así, siguieron circulando habladurías de gente que afirmó haberlo visto. Y por poner más carne en el asador, algunos incluso se atrevieron a afirmar que habían visto ¡dos planetas!

Los eclipses

Uno de los argumentos que estaban más en contra de Vulcano eran los eclipses. ¿Cómo era posible que un cuerpo de unas dimensiones tan considerables no pudiera verse en un eclipse solar? Vulcano era una propuesta arriesgada que lamentablemente derivó en un callejón sin salida. No obstante, en la actualidad, su búsqueda aún continua.

Hay numerosas opiniones dentro de la comunidad científica que afirman que Vulcano sí que llegó a existir, pero en algún momento, cuerpos celestes como asteroides, meteoritos o cometas chocaron contra él y lo desintegraron en múltiples partes. A estos fragmentos se les conoce como vulcanoides: “los hijos de Vulcano”. En la actualidad, se siguen buscando a estos cuerpos. ¡Me encanta!

Conclusión

A lo largo de este artículo ha quedado bien reflejado que los experimentos científicos no siempre tienen un final feliz. Muchas veces es necesario errar para, posteriormente, indagar más en los sucesos para poder obtener la respuesta correcta. Aunque las métricas de Le Verrier no tuvieron un final feliz, su descubrimiento de Neptuno usando tanto las leyes de Kepler como la ley de gravitación de Newton, enunciadas en 1605 y 1687, respectivamente, es un auténtico meritazo.

Le Verrier hizo los cómputos 200 años después de la inauguración de estas leyes. Consiguió calcular de manera muy aproximada muchísimos puntos de las trayectorias de los planetas usando lógica y matemáticas. Predijo las órbitas de los astros con márgenes de error ínfimos, al igual que cuando vimos a Eratóstenes calcular el radio de la Tierra con un palo. ¡Es indiscutible el talento de estos hombres!

Como de todos es sabido, unas veces se gana y otras se pierde. He estado pensando sobre cómo fue el desarrollo de los acontecimientos, y en cierto modo, podríamos decir que Le Verrier tuvo bastante suerte. El fallecimiento de este brillante científico es triste, pero a la vez es reconfortante. Le Verrier murió sin saber que uno de sus descubrimientos fue falso. Él nunca lo supo, es reconfortante emocionalmente y triste científicamente. ¿No os parece un enfoque interesante? Se podría decir que Le Verrier recibió “una de cal y otra de arena”. Mientras que el descubrimiento de Neptuno es candidato a la lista de experimentos fantásticos, el hallazgo de Vulcano fue “un error fantástico”.

La precesión de Mercurio fue un enigma que no pudo ser explicado con la hipótesis de Vulcano. De hecho, siguió vigente hasta principios del siglo XX, cuando el célebre Albert Einstein, dio con la respuesta al misterio introduciendo la teoría de la relatividad general. ¿Queréis saber cómo lo hizo? ¡Permaneced atentos!

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