El positivismo absolutista

¿Alguna vez habéis escuchado expresiones del estilo: “al mundo se viene a sufrir”, “la vida es una lucha” o “la vida solo consiste en resolver problemas, uno tras otro”? Personalmente, considero que son perspectivas o visiones que denotan una clara concepción pesimista del mundo y del sentido de la existencia del ser humano. Si tomásemos como referencia estos pensamientos, no sería descabellado pensar: “¿para qué vengo al mundo si mi único cometido no es otro que sufrir?”

Esta es una cuestión bastante interesante. Sin embargo, debo de decir que estas interpretaciones de la vida me parecen una atrocidad. Particularmente, prefiero darle un enfoque mucho más pragmático a todo aquello que me sucede. Me encanta encontrar una interpretación positiva, o al menos neutra, de todas y cada una de las vivencias que he experimentado y que estoy destinado a padecer.

Ahora bien, ¿es posible encontrar un lado bueno a todo aquello que nos sucede, por muy malo que sea el suceso? Esta forma de ver las cosas es lo que yo denomino como “Positivismo absolutista”. A priori, parece un patrón de pensamiento un tanto peliagudo e, incluso, complejo de llevar a cabo por ciertas personas. No obstante, ¿es realmente posible y práctico este modo de vida? Vamos a profundizar sobre este tema a ver si es posible llegar a una conclusión clara.

El Estoicismo

Para poder entender como he llegado a “desarrollar” esta gama de pensamientos voy a seguir un enfoque basado en la deducción lógica, la cual, se caracteriza por partir de principios o postulados generales y conocidos para poder llegar a otros fundamentos hasta ese momento ocultos. El dogma básico del “Positivismo absolutista” (ver el lado bueno a todo) parece de primeras bastante ilusorio y utópico, no solo por la complejidad del procedimiento sino por la infinidad de variables que intervienen en el proceso, y que por ende, se deben de tener en cuenta: carácter, pensamiento, sensibilidad, temperamento, etcétera.

Recuerdo estar en clase de filosofía, en cuarto de la ESO, allá por el año 2014. En verdad, es más que evidente que ha llovido bastante, pero aun así, recuerdo perfectamente el momento en el que la profesora que teníamos nos introdujo, por primera vez, la corriente filosófica del Estoicismo.

El Estoicismo es una doctrina de pensamiento fundada a principios del siglo III a.C por el filósofo helenístico Zenón de Citio, nacido en Chipre. La historia de este pensador es muy intrigante, ya que sobrevivió a un naufragio. Sin embargo, en él perdió todo lo que poseía. Llegó a Atenas, donde ofrecía sus lecciones en público. Precisamente, el nombre de su filosofía proviene del lugar en el que difundía su pensamiento, una “stoa” o galería cubierta que se encontraba junto al Ágora de la ciudad.

Escultura de Zenón de Citio
Escultura de Zenón de Citio

Recuerdo perfectamente estos momentos, como si los estuviera viendo a cámara lenta, entre otras cosas porque la profesora nos los contaba mientras estábamos sentados, formando un círculo, en el césped que hay al lado de la Pasarela del Voluntariado (La Almozara, Zaragoza). Mi antiguo instituto, el I.E.S Luis Buñuel, está prácticamente al lado. En definitiva, estábamos hechos unos estoicos.

La palabra estoico, en su uso moderno se refiere a aquella persona que es indiferente al placer, la alegría, así como la pena o el dolor. No en vano, el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) define estoico en su primera acepción como “Fuerte, ecuánime ante la desgracia”. Sin embargo, la doctrina estoica se basa más bien en guiarse por la razón y, debido a que no se puede controlar lo que sucede a nuestro alrededor, controlar lo que se piensa al respecto de lo que sucede.
 
Por ello, el Estoicismo se fija especialmente en las emociones, a las que se refiere como pasiones, y que divide en buenas, malas e indiferentes. Las emociones buenas hay que potenciarlas y las indiferentes obviarlas. Las malas son la guinda del pastel, puesto que hay que lidiar con ellas e intentar sobreponerse. Coloquialmente hablando, es aquí donde está “el turrón”.

La reflexión que hace el Estoicismo al respecto es que a las personas no las perturban las cosas que pasan sino las opiniones que tienen sobre esas cosas que pasan. Por ello, se trata de enfrentar esas opiniones, y antes de asumirlas, cuestionarlas como si se trataran de hipótesis y no de hechos firmes. De esta forma, se pueden refutar buscando una perspectiva más productiva, obteniendo una respuesta racional a esas pasiones, para así, convertirlas en emociones saludables.

En definitiva, en un mundo gobernado por el tormento y el dolor, donde tienen lugar las crisis, donde la vida cotidiana es frenética y los elementos que la forman son tremendamente líquidos, el Estoicismo se presenta antes nuestros ojos como una potente arma filosófica, la cual, nos puede ayudar a tener una vida plena, basada en el valor de la razón y en no intentar dominar aquello que escapa a nuestro control.

El Positivismo absolutista

Tomando como referencia lo acontecido anteriormente, ahora mismo os estaréis preguntando: “¿qué tiene que ver el “Positivismo absolutista” con el Estoicismo?” La realidad es que ambas doctrinas están intrínsecamente conectadas. El objetivo del Estoicismo es conseguir tener el control de quienes somos, y eso solo lo podemos conseguir si miramos en lo más profundo de nuestros respectivos seres. De este modo, podemos conocer nuestros defectos, y en última instancia, erradicarlos o controlarlos.

Las emociones son los principales villanos a los que se va a enfrentar el ser humano a lo largo de su existencia. Si una persona hace introspección exhaustiva, se da cuenta de que puede aprender cuáles son los sentimientos o emociones que para la susodicha son más difíciles de controlar: odio, ira, alegría, euforia, amor, entre otros. Adquiere consciencia de la manera en la que esos sentimientos toman el control de su mente y de sus actos. Así, es como puede llegar a identificar en qué tipo de situaciones ocurren estos hechos, y como colofón, puede diseñar “un plan maestro” que le permita de un modo lógico anteponerse y evaluar la situaciones desde un prisma racional.

Esa es la meta a conseguir, alcanzar ese estado de impasibilidad (ausencia de perturbación anímica) ante los eventos de la vida que no nos gustan, que nos molestan, que nos enfadan, que nos hacen sentirnos tristes o que nos hunden en la más absoluta miseria. Sin embargo, he aquí la gran paradoja: para poder alcanzar esta ausencia de perturbación anímica, este estado zen, es necesario sufrir y pasarlo mal. La paradoja estriba en que pensar y analizar los sucesos tristes o desagradables que nos han ocurrido, a priori, no genera otra cosa que pena y tristeza. No obstante, es primordial analizarlos, intentar comprenderlos y entender el impacto que han tenido sobre nosotros.

Cuando una cosa nos hace daño, evitamos pensar en ello para no sufrir y sentir dolor. Parece que nos encontramos mejor, pero en realidad lo que hacemos es huir de los problemas y el sufrimiento permanece ahí, estancado. Y para más inri, si ese tipo de fenómenos vuelven a ocurrir en un futuro, lo que harán será perjudicarnos de nuevo y acumular en nuestro interior más sufrimiento, como el agua que es presa en un dique. Antes o después la persona explotará, y cuando lo haga, dependiendo del tipo de temperamento y de la gravedad de las experiencias vividas, las consecuencias podrían ser fatales. Este desbordamiento emocional es lo que yo denomino como “punto de ruptura”.

Ahora viene la gran pregunta: “¿cómo podemos alcanzar ese estado de invariabilidad emocional, propia de la doctrina estoica, si para ello hay que sufrir y pasarlo mal?” Está claro que necesitamos un muy buen argumento para aceptar sufrir de un modo tan gratuito, como si no tuviéramos ya bastante con la atrocidad del mundo para que encima nos dañemos a nosotros mismos. Damas y caballeros, es aquí donde entra en juego el “Positivismo absolutista”.

Quizás, la respuesta al enigma anteriormente citado sea tan simple como pensar si de todo lo malo que nos ocurre podemos encontrar, directamente o indirectamente (que nos lo muestren) algo bueno o positivo. En otras palabras, ¿podríamos tratar de convertir toda experiencia adversa en una especie de fábula que encierra una importante lección de vida?

Asimismo, la moraleja en cuestión, tiene el rasgo de ser polimórfica, debido a que según el desarrollo que tomen o hayan tomado los acontecimientos puede adquirir distintas formas (pautas de comportamiento, seguridad en la toma de decisiones, control de emociones). Fijaos la cantidad de posibles combinaciones que hay. Este es el verdadero encanto del mundo en el que vivimos, es versátil, caótico e impredecible.

La cantidad de maneras en las que puede presentarse un suceso desfavorable es incalculable, y para dar más juego, hay que sumar la gran predisposición natural que tiene el ser humano a errar y equivocarse. Después de todo, las personas somos las únicas capaces de tropezarnos dos veces con la misma piedra. ¡Anda que no hay cosas sobre las que reflexionar y aprender! En definitiva, se puede concluir que el “Positivismo absolutista” es un mecanismo intermedio, un punto de inflexión, que nos hace el camino más fácil para alcanzar el Estoicismo.

Existen muchas situaciones en las que yo poco a poco he ido poniendo en práctica esta forma de pensar. Sin embargo, me voy a tomar la molestia de explicaros cuáles han sido las dos experiencias más importantes, ambas relativamente recientes.

Una declaración fallida

Hace un tiempo, allá por marzo, escribí un post sobre cómo concebía las emociones, cómo interpretaba el concepto de amor y cómo se había manifestado en mi vida a través de dos féminas, las dos mujeres más importantes de mi vida hasta la fecha. Para aquellos lectores curiosos, os animo a leerlo y a conocer sendas historias. A continuación, os voy a presentar el desenlace de la última de ellas, la más importante, “la chica del departamento de al lado”.

Por hacer un breve resumen, es una chica que conocí hace algo más de un año en el sitio donde actualmente trabajo. Aún a día de hoy no sé cómo ocurrió, pero sucedió, me enamoré a primera vista de ella. El problema estribaba en el hecho de que estábamos en departamentos conjuntos, pero diferentes.

Existía un abismo muy considerable entre el plano laboral y el sentimental. Así las cosas, decidí declararme. Si hubiésemos trabajado en el mismo sector no lo hubiera hecho por la incomodidad que surgiría si la cosa no fluyese de manera adecuada. Ya lo dice el refrán: “donde tengas la olla, no metas la polla”. Es un lenguaje bastante vulgar, lo reconozco, pero su significado no da lugar a dudas.

El día 5 de abril de 2023, tomé una de las decisiones más importantes de mi vida, le dije a la chica lo que sentía, le confesé mis sentimientos hacia ella. No obstante, ahora os estaréis preguntando: “¿por qué esperaste tanto tiempo y qué es lo que ocurrió para que lo hicieras?” El flujo comenzó el día anterior cuando, por la tarde, fui a hacer una ruta en bicicleta con un amigo mío. Me contó que un amigo suyo, que había empezado a trabajar hace poco en un bar, tenía una compañera que le parecía muy atractiva. Sin vergüenza ninguna le propuso tomar algo y ella aceptó.

Debo confesar que me enerva que haya gente a la que se le dé tan bien este tipo de cosas, mientras que a mí, se me da absolutamente mal. Al escuchar la historia pensé: “parece fácil y sencillo, si él puede ¿por qué yo no?” Este fue el primer detonante. Al día siguiente ocurrió el segundo, el definitivo. Tuvo lugar en la oficina, cuando el jefe de mi departamento nos comunicó al equipo “la buena nueva” de que nos cambiaban de planta nada más volver de Semana Santa, aunque luego hubo cierta demora en el proceso.

Me quedé completamente patidifuso, puesto que de golpe y plumazo la iba a dejar de ver. Me hubiera gustado decírselo en persona, pero al día siguiente no podía ir a la oficina, y al siguiente, ya era vacaciones. ¡Había que hacer algo! Estuve todo el día pensando que decirle. No quería forzar una conversación que fuese violenta o que la hiciera sentir incómoda. Imaginaos, cómo de triste sería, si la primera charla que tengo con la chica que me gusta se convirtiera en “un dialogo de besugos digno de un especial de Nochevieja o en un sketch típico de Juan Muñoz y José Mota cuando formaban el dúo Cruz y Raya“. ¡Qué tragedia!

En honor a la verdad, me carcomí bastante la cabeza. Al final, saqué valor y se lo dije, ni más ni menos que por la noche, vía Google chat. ¡Madre mía qué cagada! Pensando con imparcialidad y retrospectiva resulta bastante gracioso y anecdótico. A las tantas de la noche, un tío declarándose por medio de la plataforma de mensajería del trabajo. Está claro que os cuentan esto y pensáis: “¡qué cojones!”

Mi razonamiento fue bastante simple. Sé que juega al fútbol, así que pensé: “habrá tenido algún entrenamiento hoy, por lo que estará cansada e igual hasta estará dormida. Tengo tiempo para expresarme bien y no cagarla”. ¡Y no fue así para nada! Tenía como seis o siete párrafos listos para mandar, aunque en realidad más que párrafos eran unas parrafadas de estas que hacen época.

Se los fui mandando uno por uno, repasando faltas ortográficas y demás. La cosa fluía como Dios manda, hasta que de repente, se puso el círculo del chat en verde. ¡Pum! Estaba en línea y me leyó. “¡No, no puede ser verdad esto!” pensé. En ese momento estalló el caos, le mandé de golpe los tres o cuatro párrafos que me quedaban pendientes junto con el post que os he comentado antes. Apagué el computador y me metí en la cama. ¡Ni cena ni hostias! Ja, ja, ja. Tenía el estómago herméticamente cerrado.

En verdad, lo pienso detenidamente y solo puedo decir una cosa: menudo “pepino de discurso” le metí a la chica. Me la veo abrumada, descolocada y súper incomoda, pensando cosas del estilo: “¿qué se habrá fumado este tío para contarme esto?” Ja, ja, ja. Siendo honestos, es que es muy lamentable la situación. Debo confesar que cuando vi que me estaba leyendo, me puse tan nervioso que le mandé todo el tocón de texto sin pensar. ¡Menuda fiesta!

Tras hacerlo, me empecé a reír a carcajada limpia. No sé si de la pena o de qué, pero el flujo de los acontecimientos fue tan desagradable que la mejor forma de afrontarlo fue riéndome de mi mismo. Cuando lo mandé supe que la había cagado. El día siguiente fue un tormento porque no me contestaba. Recuerdo que no me podía concentrar en nada y pensaba: “esta mujer no me dice nada de nada. ¡Aaaah!” ¡Me quería tirar de los pelos! Finalmente, me respondió. Esto ya era la repanocha. ¡Cuidado que vienen más curvas!

Me contestó muy cordial diciéndome que agradecía mi honestidad, pero que ella no sentía lo mismo. Y después, me mandó un emoji, el del Hugging Face. La cosa es que en el momento de su contestación yo estaba comiendo y a la vuelta solo vi el emoji. ¡Es que todo mal eh! Cuando lo vi, dije: “¡éxito, la tengo!”, es decir, pensaba que me correspondía. Cuando entré en el chat y vi el mensaje anterior me di el golpe: ¡súper mazazo! Me acuerdo que pensé: “éxito…, ¡qué éxito ni qué pollas. A pastar me ha mandado!” Ja, ja, ja, ja.

Sinceramente, no me lo tomé mal. Quiero decir, es la primera vez que fracaso en algo en mi vida. Hasta ahora, todas mis aspiraciones habían sido personales y propias, es decir, solo dependían de mí, de mi fuerza de voluntad y de mi deseo de crecer y avanzar. La cosa es que en el amor tiene que haber un compromiso entre las partes, un acuerdo y una confianza plena.

Yo hice todo lo que estaba en mi mano, que no era otra cosa que decir lo que sentía y la verdad. Así que, ¿por qué me debería sentir mal? Sé que no hice las cosas bien. De hecho, sí que le pediría perdón por cómo lo hice. Creo que fui egoísta, impulsivo e intenso. No tuve en cuenta su perspectiva. Ciertamente, sí que la tuve en consideración, pero estaba distorsionada por lo que yo quería creer. Es lo que tiene dejarse dominar por la emociones. Te hacen irracional y estúpido.

Solamente quería impresionarla. Pese a no conocerla de nada, quería hacer algo que de primera mano la dejara estupefacta. No me entendáis mal, yo hablaría con ella y se lo diría, pero no sé si se sentiría cómoda conmigo. Así que mejor espero a que algún día, si quiere, me hable y lo comentamos. Por supuesto, un no es un no. Hay que seguir adelante y saber respetar a los demás. La vida es corta y el tiempo escaso.

Ha sido la primera vez que me he atrevido a confesar mis sentimientos y eso es algo que no acostumbro a hacer. He vencido el miedo al rechazo. Este es el lado bueno de esta experiencia señores. ¡Viva el “Positivismo absolutista”! Me gustaría que las cosas hubieran seguido otro cauce, pero aun así, estoy muy contento. Aquí es donde reside el encanto de intentar ver el dorso positivo a las cosas.

El fallecimiento de un ser querido

Este tema también se tocó en el post anterior. Sin embargo, me parece sumamente interesante abordarlo desde la perspectiva del “Positivismo absolutista. Vamos a analizar cómo de rentable y complicado puede ser ver el lado bueno de algo tan cruel y negativo como la muerte de una persona. A priori, parece un suceso trágico, pero ¿no puede haber algo oculto que sea positivo?

De sucesos crudos, violentos y tristes como atentados, asesinatos, secuestros, violaciones, etcétera, es mucho más fácil establecer conclusiones positivas ¿no? Podríamos pensar que cuando estas desgracias ocurren, la justicia se abre paso y castiga a los autores: traficantes, asesinos, delincuentes, violadores o chantajistas, evitando así, que tales sucesos ocurran de nuevo. Esto es un punto a favor, pero claro, a ver cómo le explicas a los familiares de las víctimas la noticia en cuestión. Obviamente, cualquier persona se va a llevar el batacazo. No obstante, pensar en positivo puede hacer que tu convivencia con el dolor sea más llevadera.

Ahora bien, ¿qué de positivo puede tener decirle a alguien que se va a morir? ¿Puede haber algo bueno en contemplar como alguien se va de este mundo? He estado investigando sobre esto. Por lo visto, en algunas disciplinas como la medicina, a veces pueden realizarse ejercicios didácticos basados en juegos de rol. Unos participantes dicen las malas noticias y otros las reciben. El objetivo es intentar simular como sería la transmisión y el recibimiento de los comunicados como si se tratase de la realidad. Suena interesante, ¿a que sí?

Pregunta: ¿creéis que es un buen método? ¿Cómo enseñaríais a un médico a decirle a su paciente que se va a morir? Sería como ilustrar a un ingeniero a decir por qué el puente que ha construido se ha venido abajo o como enseñar a un arquitecto a justificar por qué su edificio se ha caído. ¿Verdad? Mi duda aquí es la que sigue: ¿cómo sabes que lo estás haciendo está bien? Quiero decir, ¿qué diantres se evalúa para sacar un sobresaliente en la asignatura “Introducción a se muere”? ¿Se mide la empatía, la solidaridad o la amabilidad? ¿Acaso hay escalas para medir la compasión?

He aquí una gran verdad, un axioma básico de la condición humana: “todo el mundo miente. Las únicas variables que importan son en qué y el por qué”. Además, la segunda incógnita es dependiente de la primera. Resulta ciertamente plausible ¿no es cierto? Toda persona que miente en algo lo hace por una serie de motivos concretos: miedo, vergüenza, desdicha, inseguridad, entre otros.

Lo bueno de decirle a una persona que se muere es que tiende a clarificar cuáles son sus prioridades. Descubres qué es lo que más le importa, qué es aquello por lo que está dispuesto a morir y qué es aquello por lo que está dispuesto a mentir. La única razón por la que lo cuenta es porque todo lo que le movía a obrar y a vivir ha sido consumido por la muerte.

La muerte es un fenómeno que arrebata de cuajo el sentido a todo aquello que hemos hecho y vivido, bueno o malo, da totalmente igual. Le quita el sentido a nuestra vida. Pensadlo: ¿para qué nacer si antes o después vas a morir? Es una concepción nihilista y simple de la vida. Cuando a una persona se le da el parte de que va a fallecer, tiende a revelar todo de ella, en la medida en la que las circunstancias clínicas se lo permitan, por supuesto. Es lo que popularmente conocemos como redención.

No importa que hayas sido bueno, malo, egoísta, altruista o muchas otras cosas. ¡Nadie quiere morir en soledad! Las personas ansían que haya alguien en su lecho de muerte acompañándolas hasta el último suspiro. Una muerte no tiene sentido sino hay nadie que sirva de testimonio de ella, ya que si esto no ocurriese ¿cómo se percataría el mundo de que esa persona ha dejado de existir?

La sociedad y el entorno seguirían su curso, con total abstracción del evento. Para el mundo, esa persona no ha muerto porque no consta en acta el suceso como tal. Esto me recuerda a un experimento mental, muy conocido, en el que convergen tanto la ciencia como la filosofía, el cual, se resume en lanzar al aire el siguiente interrogante: ¿cuando cae un árbol al bosque y no hay nadie, hace ruido? Si os fijáis, ocurre lo mismo con la muerte de las personas. ¿Realmente una persona muere sino hay nadie que lo anuncie? Por supuesto que biológicamente sí, pero ¿filosóficamente?

Mi abuelo falleció el 7 de noviembre del 2022. Yo estuve con él la tarde anterior. La verdad es que tenía algunos dolores y demás, pero los podía aguantar sin problemas. Por la noche empezó a empeorar y a caer en picado como consecuencia del posoperatorio. Tenía 91 años y tristemente no lo superó. Sin embargo, él siempre tenía en mente a su mujer, que tiene demencia senil. El día antes de la operación se le notaba triste y preocupado. Ha sido la única vez que he podido ver latir en sus ojos la sombra del miedo. Es más, él mismo decía: “ya veremos si esto sirve para algo”.

La mañana en la que falleció, en la medida en la que la agonía se lo permitía, no hacía otra cosa que pedir a sus hijos que cuidaran de su mujer. Decía: “mi mujer, que está sola en la residencia, no me voy a poder despedir de ella”. Yo no estaba en esos momentos porque me hallaba trabajando, me lo contó mi padre a posteriori. No me digáis que esto no es duro de ver y de escuchar. Al final, acabó perdiendo la poca energía que tenía para hablar. Ahí fue cuando el hombre falleció. La muerte había llegado.

Tiene que ser extremadamente difícil de soportar saber que la persona con la que has estado casado tantos años, 64 concretamente, no se acuerde de ti, ni siquiera de tu nombre. Solo de pensarlo me entran escalofríos. Sabía que mi abuelo era buena persona, y aquí, se pudo enfatizar una vez más. Gracias a que los médicos dijeron que se moría, sus hijos pudieron confirmar que lo que más le importaba era su mujer. Desde el comunicado, toda su preocupación era por ella. No se angustió en ningún momento, ni un ápice por el mismo, solo por ella.

Sencillamente, precioso. Al final va a ser cierto eso que dicen de que “no hay mal que por bien no venga”. Esto es el “Positivismo absolutista” en estado puro. Daros cuenta de cómo hemos podido extraer de un acontecimiento triste una enseñanza bonita, la esencia inmanente del amor verdadero. Aquel que permite que ames a alguien más que a ti mismo.

Aún recuerdo cuando me contaba cómo se conocieron él y mi abuela. Él se enamoró a primera vista también, pero ella no. Quedaban para bailar en las fiestas del pueblo y se comunicaban por carta. La primera vez que le escribió me dijo que no sabía si iba a recibir respuesta. De hecho, repasaba y repasaba la carta en busca de erratas y faltas ortográficas. Fue un hombre que casi no fue al colegio, pero aun así, trataba de alcanzar la perfección. Tras repasarla ¡once veces! decidió enviarla. Así fue como se hicieron novios, con una carta.

Ojalá yo pueda vivir algo así. Desearía poder encontrar a una mujer, solo una, que estuviera dispuesta a compartir todo conmigo y yo con ella. Lamentablemente, por como están la sociedad y el mundo ahora mismo, las posibilidades juegan en mi contra, pero ¿quién sabe? Hay que pensar en positivo ¿no?

Conclusión

A lo largo de esta reflexión ha quedado patente que es posible encontrar un lado positivo a experiencias que, a primera vista, parecen malas y dolorosas. Personalmente, defiendo la idea de que de toda situación se puede obtener algo bueno, enseñanzas o reflexiones morales que, de alguna forma, nos sirvan para justificar un posible por qué de las cosas y cómo debemos actuar cuando estas vuelvan a suceder.

Es una tarea difícil y ardua, pero creo que con práctica y esmero todo el mundo puede aproximarse al concepto de Estoicismo. El “Positivismo absolutista” es un punto de control para alcanzarlo. Basta con intentar ver el lado bueno de todo. Esto supone un claro esfuerzo. Sin embargo, puede que haciendo esto incluso podamos descubrir cosas nuevas sobre nuestra entidad y sacar lo mejor de nosotros mismos. ¡A por ello!

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