Portada del post sobre la introspección

Damas y caballeros, siento mucho el retraso. ¡Una vez más, aquí estamos de vuelta! He estado ocupado con bastantes proyectos y no he podido dedicarle el tiempo que quería al blog. Los anteriores posts que realicé estaban muy enfocados en el ámbito del cine. Por ello, quiero romper con esta línea y hacer algo diferente. Hace mucho que no tocamos filosofía y la verdad es que llevaba tiempo queriendo hacer lo que hoy os voy a presentar. Me dispongo a hablar sobre la introspección, y en última instancia, sobre mí mismo, mi carácter y mi personalidad. ¡Allá vamos!

El papel de la introspección en la vida cotidiana

En nuestra sociedad, en nuestro tiempo y en nuestro mundo, lo más habitual es vernos arrastrados de una actividad a otra. En contraposición a lo que sucedía algunas décadas atrás, hay que correr para poder llegar a todo y no quedarse rezagado. Por ello, creo que es una afirmación compartida por todos si digo que, en ocasiones, nos falta un poco de calma. Tiempo para la reflexión. Además, por si fuera poco, muy pocas personas saben estar solas, algo que se hace muy difícil al estar continuamente rodeados de tecnología: smartphones, aplicaciones, redes sociales, etcétera.

El autoconocimiento es lo que nos permite ser más felices, puesto que nos garantiza conocernos mejor a nosotros mismos, posibilita que gestionemos mejor nuestras emociones, y en última instancia, hace que tomemos mejores decisiones. ¡Es aquí donde reside la importancia de la introspección! Es un proceso de suma reflexión personal, que consiste en asomarnos a nuestro interior para examinar, tanto nuestros pensamientos como actitudes, a distintas experiencias o estímulos. En definitiva, se refiere al mecanismo de explorar los sentimientos que nos provocan los pensamientos o las cosas que nos ocurren.

Escultura de un hombre en actitud introspectiva
La instropección es la mejor herramienta para descubrirse a uno mismo

Ahora os estaréis preguntando: “¿a qué se debe esta necesidad tan repentina de realizar este análisis?” Pues bien, este año ha sido uno de los más activos e importantes de mi vida. Ha sido una etapa de cambio y progreso personal. Este tiempo ha significado para mí, en balances generales, una mejora. Por ello, me ha parecido muy interesante analizar mi evolución durante esta temporada. ¡Y qué mejor momento que ahora que se acerca la Navidad! Después de todo, año nuevo es sinónimo de propósitos nuevos. ¿no? ¡Comencemos!

Una personalidad de naturaleza convergente

El origen de este post se remonta a hace cosa de dos semanas. Hice un viaje improvisado a Italia con dos buenos amigos. En ese viaje, visitamos Bolonia y Venecia, dos ciudades muy icónicas de ese país. Una de las noches que estuvimos allí, uno de mis amigos preguntó qué dos de los siete pecados capitales están más presentes en nuestras personalidades. Para aquellos que no lo sepan, los pecados capitales son: ira, gula, soberbia, avaricia, lujuria, pereza y envidia.

Tras meditar un poco la pregunta, respondí que la soberbia y la avaricia son los que más rigen mi carácter. ¡Menudo pack! No obstante, lo que más me llamó la atención es que los otros dijeron exactamente lo mismo. Así las cosas, “la maquinaria” se puso en marcha. Este fue el punto de partida de este proceso tan interesante. ¡No me digáis que el dilema no tiene miga eh!

En realidad, aunque las personas somos únicas e irreemplazables, todas tenemos algo en común: somos sustancias corpóreas que encierran una colección de defectos y virtudes. Tomando esto como referencia, he llegado a la conclusión de que tanto mis pros como mis contras son fruto de mi carácter. Este punto creo que es universal para todos. Sin embargo, creo que son ciertos matices de este último (el carácter), los que hacen que nuestros puntos fuertes y débiles sean unos u otros.

De esta reflexión he podido discernir que mis virtudes y defectos vienen derivados de un rasgo muy notorio de mi forma de ser, presente en mí desde la infancia: mi dificultad e inapetencia, que no incapacidad, para crear vínculos interpersonales afectivos con otras personas. Lo voy a explicar más en detenimiento en los siguientes apartados.

Una infancia muy solitaria

Cuando era un crío, yo me llevaba bien y jugaba con todos los compañeros. De hecho, recuerdo muchas anécdotas que surgieron fruto de la convivencia, pero me gustaba mucho también estar solo y hacer cosas por mi cuenta. En resumen, yo en soledad encontraba, y encuentro, paz interior.

A modo de anécdota, recuerdo que cuando salíamos del colegio, muchas veces íbamos acto seguido al parque a jugar yo y “los amigos” con los que más relación por aquel entonces tenía. Los típicos grupitos de camaradería escolar que rara vez trascienden a la vida adulta. Pues bien, mientras ellos jugaban al fútbol o hacían carreras con las bicicletas, yo estaba un rato, me abstraía en mi mundo y me iba. Cogía unas bolsas de animales o de coches, me marchaba a la otra punta del parque y hacía caminos y recorridos con ellos, los ponía en fila y los iba avanzando uno detrás de otro.

Otras veces, cogía una botella de cristal y un folio. Lo partía en trozos muy pequeños y jugaba a meterlos en la botella para después sacarlos, y repetía el proceso una y otra vez. Así me entretenía, pasaba el rato mayoritariamente solo. En verdad, me daba igual, estaba muy a gusto, contento y feliz. Pase la infancia la mayor parte del tiempo así, y no me arrepiento de ello. Tenía conocidos, pero amigos pocos. De hecho, solamente tuve dos amigos, y aunque ahora no conservo a ninguno, ambos me enseñaron cosas muy valiosas.

No soy ni he sido nunca una persona de tener muchos amigos. Para entrar en mi círculo de confianza tiene que pasar mucho tiempo, y lo más importante, tengo que ver claras muestras de lealtad y fidelidad. Como he dicho antes, en mi infancia tuve solo dos amigos, muy importantes pese a que al final la cosa no terminó bien.

La fidelidad como motor de las relaciones humanas

El primero de todos ellos era un chaval de infantil. Además, me hice amigo de él de una forma muy rara. Yo estaba en el círculo de los que no paraban. Tenía fama de ser bastante trasto y de tener ocurrencias turbias. El chico este quería siempre ir con nosotros, pero voy a ser sincero, no nos hacía mucha gracia y siempre le dábamos largas. Esto es algo de lo que aún me arrepiento. La amistad comenzó en 2º de infantil. Era un día en el que había llovido, estaba todo el patio mojado y la señorita Gema, la profesora, nos sacó al recreo para que disfrutásemos de la tarde.

Mientras jugábamos al pilla-pilla, se nos acercó el chico este para jugar con nosotros. Ahí, se me encendió “la mecha del diablo”. Le dije que íbamos a jugar a un juego llamado: “la vagoneta”. Siendo realista, el chico era algo ingenuo y me aproveché de eso. Amañé la rifa para que le tocara ser la vagoneta. El resto eramos los mineros. Nosotros teníamos que cavar tierra y barro del suelo con unas palas y metérsela en los calzoncillos. ¡Idea de bombero! Le llenamos todos los calzones, por delante y por detrás, de tierra mojada.

Sonó la sirena y volvimos a clase. El tío andaba raro. Me acuerdo que la tierra se le salía por las perneras del pantalón. Cuando la señorita lo vio… ¡buena fue la que se armó! “¡Qué has hecho, por aquí por allá!” Cuando le preguntó la profe quien había sido, el chico, para mi sorpresa, ¡no dijo nada! Se quedó inerte, como una estatua. Fue castigado sin recreo durante un mes. Me quedé sorprendido. Si me hubiesen hecho eso a mí lo hubiera dicho al momento, pero él no. De este modo tan macabro, supe que ese chico era valioso. Al día siguiente, le pedí perdón y confesé todo a la profesora.

“Entorné el mea culpa” y me comí el castigo. Ese chico no era el más inteligente de la clase, pero sí era una persona que en cuestión de valores me daba mil vueltas. Decidí juntarme con él y nos hicimos amigos. Me enseñó que la lealtad y la fidelidad son claves en cualquier vínculo humano. Cuando estábamos en 3º de primaria, su familia se mudó, se cambió de colegio y nunca volví a saber de él. Si os contara cuántas veces he pensado en qué estará haciendo ese chico ahora. Me llevé una enseñanza moral clave gracias a él. ¡La fidelidad es el valor humano más importante, sobre ella, se construye todo!

La envidia es una figura que hunde a la sociedad

El otro amigo que tuve durante la infancia también lo conseguí en infantil, y por supuesto, mediante otra historia curiosa. Esta es más cómica que la anterior. La aventura tuvo lugar en 3º de infantil. Todo ocurrió un día que habían traído juguetes nuevos al aula. Habían incorporado cuentos nuevos, un parking de coches (parecido al de la foto) y unas cajitas de plástico con animales. Además, ese día fue justo el cumpleaños de un compañero y le habían puesto la típica corona amarilla con gómets de colores. Igual en vuestros colegios también se hacía.

Parking de juguete para niños
Ejemplo de parking de juguete para niños

La señorita Gema dijo que era la hora del patio, y claro, nadie quería salir ya que todos queríamos jugar con los juguetes nuevos que habían traído. Pues bien, al formar la fila, mi idea era ponerme el último. Sin embargo, se me concatenó detrás este chico. Así las cosas, en el transcurso de la clase al patio, que había que recorrer un largo pasillo, me solté del compañero que llevaba delante y nos volvimos los dos en sigilo de vuelta para clase.

Estuvimos jugando todo el recreo con los nuevos juguetes mientras el resto estaban fuera. ¡Un pasote! Cuando sonó la sirena, recogimos todo y lo intentamos dejar igual que estaba antes de salir al patio. Nos escondimos en una de las casitas de cocinitas donde jugaban las chicas para que no nos vieran.

Al entrar en la clase, la señorita se puso a contar para ver si estábamos todos, y lógicamente, nos pilló. “¿Dónde se han metido estos dos?” Empezó a mirar por toda la clase y al aproximarse a las casitas… ¡zas! nos cazó. “Salid de ahí ahora mismo”. Aquel día plegamos pronto, ni piruletas ni Sugus ni nada. ¡Castigo al canto!

Así fue como nos hicimos amigos. Formamos un grupo estos dos chicos y yo que duró hasta que se mudó el que os he comentado arriba. A partir de ahí, nos quedamos nosotros dos. Y así continuó todo hasta 5º de primaria, que nos juntamos con otros dos. Lo comentaré más adelante porque tuvo gracia la cosa. La amistad con el chico de la casita terminó cuando pasamos a 1º de ESO, momento en el que le comenzó a entrar una envidia tremenda hacia mí. Al final, acabamos peleados y no nos hemos vuelto nunca a hablar.

Fijaos como una amistad de casi una década puede ser destruida en poco tiempo por algo tan destructivo y tóxico como la envidia. Así las cosas, aprendí una segunda lección de vida: las personas envidiosas cuanto más lejos estén, mejor.

La envidia es un sentimiento que puede dificultar nuestro progreso
La envidia es un sentimiento que puede dificultar nuestro progreso

La relación con los otros dos chicos, que conocí en 5º de primaria, comenzó porque en el recreo del colegio nos pusimos a jugar al escondite. Eran dos amigos que se conocían desde que eran pequeños, y yo en honor a la verdad, me uní un poco de rebote. El vínculo se forjó de un modo inesperado por ambas partes. Yo me llevaba especialmente bien con uno de ellos.

El otro era de estas personas que o hacías lo que decía o se te enfadaba. ¡Menudos berrinches que se pillaba! La cosa es que el otro por no montarla le hacía caso en todo, mientras que yo entraba en discusión. Ya lo dice el dicho: “dos es compañía, tres es multitud”. Me acuerdo que el día 12 de agosto de 2013, por el chat de un videojuego, me dijeron que no querían ir más conmigo. Obviamente, yo me quedé súper sorprendido.

No me dijeron los motivos del por qué tal decisión. No quisieron ni decírmelo en persona. Les dije que a partir de ese momento para mí estaban muertos y que no quería saber nada de ellos. Así ha sido hasta la fecha. Uno se intentó disculpar en reiteradas ocasiones, pero conmigo no hay nada que hacer en ese sentido. Jamás he sido ni seré alguien de carácter indulgente.

Quiero decir, podría haber sido amable, pero no sé, simplemente no me salió. Podría haberme frito el cerebro buscando cientos de excusas, pero era más fácil decir cosas del palo: no me interesa, no quiero o no tengo ganas. Eramos adolescentes maduros, obraron mal y con cobardía. No había razón para perder el tiempo con ellos. Soy muy tajante y mi tiempo es oro. Si corto el contacto lo hago del todo. La siguiente etapa de mi vida fue bastante oscura, y aunque ya hablé algo de ella en la sección del blog titulada: Sobre mí, me parece interesante volverla a comentar.

Exilio social

Los años siguientes fueron bastante duros para mí. Todos los vínculos que había intentado formar no salieron bien. Fue una etapa de intensa reflexión personal porque fueron muchas veces las que yo creí que había sido el causante. Me enfoqué en mi mismo y en mis estudios. Tenía conocidos, pero casi no salía con ellos. Salí muy pocas veces de farra ya que por aquel entonces no era un entorno donde yo me sintiera cómodo. Todo lo contrario a ahora, que estoy más fuera que el camión de la basura.

Encontré en la soledad un lugar donde podía ser yo mismo y donde nadie me podía lastimar. No me arrepiento de haber pasado por esta fase porque gracias a ella he podido mejorar en muchos aspectos. Sin embargo, aún me quedan ciertos resquicios que cubrir. Perdí mucha capacidad para relacionarme con otros. Rechacé a muchos que podían haber sido quizás buenos amigos y a muchas chicas que podían haber sido buenas opciones a pareja. Yo no estaba interesado, y además, tanto para amistades como para parejas, no habría sido capaz de dar mi mejor versión. ¡No estaba preparado!

Durante el verano de 1º de Bachillerato todo empezó a cambiar. Empecé poco a poco a salir de la concha y a retomar el contacto con los viejos conocidos. La soledad es buena, pero cuando la vives de continuo, puede ser muy dura sino sabes cómo controlarla. La soledad es agradable, pero en altas dosis genera aislamiento. Así las cosas, mientras que la soledad es voluntaria y buena, el aislamiento es negativo e involuntario. ¡Yo casi caigo en esa trampa! La clave es encontrar un equilibrio entre ambas vertientes. Ya lo decía el viejo Aristóteles: “el justo medio es lo idóneo para todo, ya que ahí, reside la virtud”.

Durante esta etapa se me endureció el carácter. Me volví tímido, antipático, soberbio y arrogante con los demás. Desprecié y humillé a muchas personas. Adquirí una conducta muy resiliente ante las desgracias y logré que muy pocas cosas lograsen perturbar ese estado de impasibilidad que logré alcanzar. Además, me volví muy eficaz. Me enriquecí culturalmente. Me convertí en un ente independiente y muy proactivo. En verdad, tiene bastante sentido. Si no hablas con casi nadie, algo tienes que hacer para pasar el tiempo.

Me embarqué en multitud de proyectos. Así las cosas, comencé a manifestar cierta vehemencia e impulsividad a la hora de querer lograr mis objetivos. Esto no es nada malo ya que me motivaba a dar lo mejor de mí y a poner toda la carne en el asador. Aprendí lo virtuoso que uno se siente al conseguir cosas por uno mismo. Aquí hay una anécdota muy interesante que refleja muy bien este hecho.

Seguro que muchos conocéis la sitcom estadounidense de Malcolm in the Middle. Pues bien, allá por 2014, se me metió en la cabeza hacer un proyecto de comedia familiar basándome en esa serie y en Los Simpson, pero hecha para un público objetivo más adolescente e infantil. La titulé como Locuras infantiles, y en ingles, Children’s follies. Para locura la mía. ¡Joder, qué fumada! Me acuerdo que desarrollé los personajes e hice un borrador de la primera temporada con un total de doce capítulos.

Era un número bastante correcto. Osea yo pensaba, claro, esta cantidad es buena porque la productora no se va a arriesgar a invertir mucho dinero sin ver antes cómo de rentable es la producción. Además, me interesa que sea Atresmedia, no sé qué. Todo cuadraba, todo cuadraba. ¡Qué ida de olla! Es que me estoy partiendo de risa rememorando esto.

Tenía todos los guiones preparados. Busqué el teléfono de las oficinas de Antena 3 eh. ¡Poca broma! Se lo dije a mis padres y tal. Yo a muerte con el proyecto: “oye oye co, que llamo, que llamo”. Mi padre en ese momento no es que me quitara el inalámbrico, es que casi se me lleva la mano con él. “¡Qué haces mendrugo, por aquí por allá!” Madre mía, me sentí más mal en ese momento.

Recibí un buen corte de alas y una buena dosis de realidad. A día de hoy aún me lo recuerdan: “¿Te acuerdas del día que casi haces que se forre la familia?” Ja, ja, ja… ¡cabrones! Esto es una prueba clara de lo vehemente y pasional que puedo llegar a ser.

También recuerdo que me dio por la magia. Tuve mi etapa de mago, y llegué a ser bastante bueno. El break, el doble lift, los cortes falsos, la cuenta Emsley eran técnicas con las que me llegué a desenvolver muy bien. Eso sí, a mi padre lo llevaba bien loco. “Venga papá un truco de magia”, y mi padre: “joder con el niño y la puta magia”. La verdad es que era muy plasta.

Luego hubo otra época que me dio por el fútbol. A ver, es un deporte que nunca se me dio muy allá. Me gusta verlo, encuentro interesante tanto la categoría masculina como la femenina. No obstante, no se me daba bien jugar. No era habilidoso con los pies. La cosa es que se me metió en la cabeza que quería mejorar. Más de lo mismo, tutoriales de regates, fintas, remates de cabeza, centrar. ¡Me vi información de todo! El balón que me regaló mi abuelo, la primera pelota que tuve, lo dejé para el arrastre. Eso sí, ¡qué bien me lo pasé!

Me inventé un juego que se llamaba “Objetivo”, con el fin de mejorar y practicar la puntería. Se me ocurrió dibujar una diana con un compás y después repasarla con una rotulador de estos negros calibrados. La diana estaba dibujada en una lámina porque el folio es de grosor muy fino. Después, pinté los círculos de distintos colores y la fotocopié.

Aún recuerdo la cara de seta de la mujer al decirle que quería, pues yo que sé, 50 copias o así. ¡Llené el parque entero con esa mierda! Las iba pegando con celo es paredes, toboganes, farolas, troncos de árbol, entre otras. Así fue como aprendí a centrar. De hecho, antes de chutar, mojaba la pelota entera en agua para que en caso de acertar, pudiera ver en qué punto había impactado. ¡Todo estaba pensado!

Al final llegué a jugar muy bien. Eso sí, nunca jugué de portero. Jamás me llamó esa posición. Un día en mitad de un partido de estos clandestinos me hicieron una falta y me rompí la muñeca. Estuve un mes sin jugar, y el mismo día que me quitaron el yeso y la parafernalia volví a la carga. Me pegué otra castaña y otra vez me lo partí, pero por dos sitios.

Se quedó la muñeca hecha ciscos. Me pusieron agujas y bueno, aún tengo las marcas de las grapas y eso. Del destrozo que me hice, me dijo el médico que no volviera a jugar porque como me la volviera a romper podría perder movilidad y a lo mejor habría serias dificultades para sanar la fractura. Así que no volví a jugar. Desde entonces, casi no he vuelto a tocar una pelota. ¡Esto es pasión o estupidez, todavía no lo sé!

A día de hoy, todavía sigo siendo bastante pasional en muchos aspectos. Básicamente, soy así en todo lo que hago y lo manifiesto, sobre todo, en que no tengo sentido de la medida. Es más, en las relaciones con las personas también me pasa. Personalmente, creo que es debido a que como estuve mucho tiempo solo, me acostumbré a que las cosas solo dependieran de mí, a meterme prisa y a ir a por todas. Después de todo, en caso de fracaso era el único perjudicado. Esto está bien si son cosas personales tuyas.

¡La perseverancia es una gran virtud! Sin embargo, esta conducta vista desde fuera, y más, con personas con las que no tienes trato, puede descolocar muchísimo. La gente digo yo que pensara: “¡este tío, que cojones!” Es de risa eh. Cuando quiero conseguir algo lo doy todo y voy con todo el equipo. Y si es algo que quiero de la gente o alguien que me interesa, vamos, “me tiro encima como una pantera”. Luego la peña se abruma. En fin, esto es algo que ando mejorando, ya que necesito ser algo más pausado. ¡La cosa es que es complicado!

Sigo siendo muy independiente y odio profundamente tener que pedir ayuda a otros. Sé que es estúpido, pero el protocolo de soporte me lo tomo como sinónimo de debilidad. Y en suma a lo anterior, contar mis emociones y sentimientos me lo tomo como una falta de autocontrol y madurez. Ahora estoy empezando a abrirme emocionalmente, pero me cuesta muchísimo hablar de mis claros, y sobre todo, de mis oscuros.

Muchas veces ha crecido la bola de emociones, y de repente, he estallado como una bomba de relojería. En este aspecto me hallo un poco en conflicto y tratando de mejorar. Aun así, soy de los que considero que el peor lugar donde guardar un secreto es en otro ser humano. ¿No os parece una reflexión interesante?

El aislamiento social y la falta de habilidades sociales hicieron que me centrara solo en mí. Durante el exilio herí a muchas personas y las hice sentir mal. Afortunadamente, pude recular a tiempo y pedir perdón a muchas de ellas. Ahora sé que tienen una mejor imagen de mí. Perdí la capacidad de analizar los problemas de otros. De esta forma, mis habilidades empáticas, que en buena medida he vuelto a recuperar, se vieron mermadas. Es más, comencé a manifestar conductas basadas en el sincericidio.

En términos del psicoanálisis, este concepto hace referencia al uso de una sinceridad excesiva y sin límites que resulta hiriente para las personas que reciben el mensaje. Supone hacer uso de la honestidad sin tener en cuenta los sentimientos del otro, ni el momento ni contexto en el que se encuentra.

Si bien es cierto que ahora soy más divertido, amable, sociable y mucho más empático, todavía siguen quedando ciertos resquicios de esa conducta, muy presentes cuando estoy enfadado o frustrado con algo. Por eso enfatizo que la lista de personas a las que he tenido que pedir perdón es bastante larga.

Redención

Tras esta etapa de exilio, llegó el proceso de mejora y de rehabilitación como persona. Retomé el contacto con los viejos conocidos del barrio y comencé a llevarme bien con los compañeros en el instituto. Fui cerrando asuntos y conversaciones pendientes, y así, poco a poco, la concepción que los demás tenían sobre mí fue mejorando.

Paralelamente, desarrollé gusto por actividades como la filosofía, que me han permitido analizar y cuestionar muchos aspectos del mundo que me rodea y de la sociedad en la que vivo. Me he convertido en una persona bastante reflexiva y con una buena capacidad de análisis critico.

Los grandes axiomas de la condición humana

Teniendo en cuenta mis propias experiencias, los relatos de otras personas, y en última instancia, cómo se suele portar la gente, he podido discernir dos grandes axiomas sobre la condición humana. Creo recordar que uno de ellos ya lo comenté, pero por si acaso voy a volver a incidir en ellos. El primero de todos ellos es muy simple: “todo el mundo miente”. Las únicas variables que influyen en la ecuación son en qué y en el por qué, y para más inri, la primera es dependiente de la segunda. Todas las personas, sin importar sexo o edad, mienten debido a una serie de motivos: miedo, vergüenza, ridículo, inseguridad, desconfianza, etcétera. Es bastante obvio ¿no?

La mentira es mala, horrible, por ello, todo el mundo la detesta. Sin embargo, todo el mundo la usa. ¡Una curiosa contradicción! La razón es muy simple. La verdad como concepto teórico es algo muy bonito, pero a nivel práctico no tanto. La gente miente porque hace la vida más fácil, y en definitiva, hace posible que la sociedad funcione. Imaginaos un mundo donde todos dijésemos la verdad. ¿Sería un lugar utópico o un lugar lleno de tensión y belicismo?

En vista de cómo es el ser humano, veo más plausible lo segundo. No todo el mundo tolera bien la verdad. La sinceridad suele doler mucho a aquellos que viven en mundos de mentiras. Por consiguiente, hay que ser selectivos. Las personas que nos aprecian lo muestran gracias a las acciones que realizan por nosotros. No juzguéis nunca a nadie por lo que diga. El pensamiento y la palabra son reflejos de estado de ánimo, mientras que la acción es reflejo de lo que somos en realidad. No dejéis pasar nunca a nadie que os muestre lealtad. Ese tipo de gente es la clave.

El segundo axioma de la condición humana es el que sigue: “todo el mundo va a lo suyo”. Seamos justos, esta forma de actuar no es una mala praxis en si misma. El primer axioma es negativo, mientras que este es más bien neutro. Todas las personas tenemos intereses: materiales, morales, sociológicos, filosóficos, etcétera. Esos intereses no son malos porque nos ayudan a definir, parcial o totalmente, nuestras vidas. En definitiva, enfocamos y vivimos la vida en base a lo que nosotros queremos y deseamos conseguir.

Obviamente, no hay nada malo en eso. Sería injusto decir que sí porque yo mismo estoy afectado por esta norma. ¡Todos lo estamos! Así las cosas, vemos que tener metas y objetivos es positivo. No obstante, el problema viene cuando entran en la ecuación los intereses de los demás. No dejo de preguntarme por qué tendré la maldita costumbre de creer que la gente va a obrar igual que yo. ¡Ahí está la clave!

Las personas valoramos hasta el extremo nuestros intereses, pero no consideramos igual los de los demás. Por ese motivo existen tanto personas egoístas como altruistas. El hecho de que la gente prime sus intereses por encima de los de los demás es muy entendible, ya que la lista de personas que se preocupan por nuestros objetivos y metas comienza en nosotros y termina en nosotros.

La consecuencia de esto es que, a menudo, la gente decepciona. Sin embargo, es una decepción sana. Enfadarme con alguien que prima sus fines por encima de los míos no es solución, porque está aplicando la misma filosofía que yo. Por tanto, estaría actuando como un cínico o como un hipócrita. Esto no quiere decir que el fin justifique los medios ni nada por el estilo. Hay unos límites morales que impiden que en ciertos casos estas conductas sean defendibles.

Cuantas veces he escuchado lamentos como: “mira lo bien que me he portado con x persona y así es como me lo agradece” o “he hecho mucho por esta persona para que luego me haga esto”. ¡Por godzillonésima vez, el ser humano busca su bien propio! La gente rara vez obtiene lo que merece, obtiene lo que le toca y punto. Nada tiene que ver con lo que merecen. La vida es tremendamente injusta en muchos sentidos, así que no vale la pena culparse ni culpar a los demás. Hay que sobreponerse y saber lidiar con ello.

La vida humana se reduce a nuestros intereses. Los mecanismos que utilizamos para poder cumplirlos son nuestras acciones. Por su parte, las acciones se realizan por medio de decisiones, que en última instancia, están motivadas por un conjunto de razones cuyo trasfondo se limita a cumplir nuestros intereses. ¡Círculo cerrado! La pregunta interesante aquí es: ¿cuáles son esas razones?

A groso modo, una persona actúa y toma decisiones del siguiente modo: independientemente de la cantidad de acciones que tenga sobre la mesa, si la que le hace feliz está a su alcance no dudará ni un segundo en escogerla. No hay que olvidar que el fin último de todo ser humano por excelencia es alcanzar la felicidad. ¡Craso error! La felicidad no existe. Es fugaz, pasajera y no depende de ti en muchas ocasiones, sino de tu entorno y de los factores externos. Es más, mi tendencia natural es ser escéptico con la gente que afirma ser feliz.

Nadie va a ser feliz toda su vida y si así lo cree es que, con perdón, es idiota. Personalmente, creo que el objetivo sería más bien el contrario. Quizás una mejor opción sea reducir el nivel de infelicidad al máximo, todo lo que se pueda, por ejemplo, minimizando el impacto que la adversidad tenga en mí. ¡Eso es complicado, pero no imposible! Entonces, los acontecimientos buenos te alegrarán y las cosas malas te afectarán lo menos posible. ¡Chollazo!

Siguiendo con el tema de las decisiones, si la opción que hace a una persona feliz no está disponible, analizará minuciosamente todas las restantes y escogerá aquella que más le convenga. Eso suponiendo que tenga múltiples alternativas disponibles, ya que hay casos en los que no hay elección posible. En resumen, una persona actúa de un modo concreto porque, uno: es lo que le hace más feliz, dos: de todas las posibilidades esa era su mejor opción, y tres: esa era su única opción.

Lo que pretendo decir con esto es que siempre tenemos que ser nosotros mismos. Hay que tener metas y objetivos porque es sano, y del mismo modo, hay que rodearse de un mínimo de personas con quien poder compartirlos. Es importante saber que nadie es igual a nadie, que todo el mundo miente y que todos, por muy benevolentes que seamos, tendemos por naturaleza a primar nuestros intereses frente al resto.

Teniendo estas bases claras, podemos construir vínculos sociales que seguramente van a valer la pena, y además, nos evitan sufrimientos innecesarios cuando la sociedad no esté a la altura de nuestras expectativas. ¡Ya os digo que esas veces van a ser muchas! En resumen, jamás se debe esperar algo de alguien que nunca te ha demostrado nada. Si caes en ese error, solo hallas decepción.

Una sociedad banal plagada de superficialidad

Muchas veces he formulado esta pregunta: “¿cuál es para ti el valor humano más importante?” La gama de respuestas ha sido muy variante: generosidad, bondad, honestidad, confianza, benevolencia, etcétera. Muy poca gente ha dicho fidelidad. Para mí la fidelidad es la base de los ejemplos anteriores, y de todos los demás. Es el valor supremo, el propulsor de cualquier interacción humana sana.

La fidelidad implica honor, honra, confianza, verdad, compasión, generosidad y respeto. ¡Lo abarca todo! Abarca incluso algo tan duro como decirle alguien que está equivocado. Una persona leal nunca te va a decir lo que quieres oír. Te va a transmitir lo que cree que es mejor para ti, aunque de primeras te pueda hacer sufrir. ¡Esa es la verdadera naturaleza que emana el valor de la fidelidad!

Vivimos en una sociedad plagada de materialismo y superficialidad. Su máximo exponente es que nada es lo que parece, y en este aspecto, la tecnología ha hecho muchísimo daño. Las redes sociales, los programas de TV, las plataformas de citas, etcétera, han degradado la validez y fuerza de las relaciones humanas. Interactuar con la gente es instantáneo. No tiene misterio ni intriga, no es atractivo, y por tanto, carece de valor.

La vida de una persona o gran parte de ella la puedes conocer metiéndote en su perfil de redes sociales. ¡Decidme que hay de bonito y enigmático en eso! Luego están las aplicaciones de citas como Tinder, Badoo, Meetic y demás donde la gente, hombres y mujeres, se exponen como si fueran productos en un escaparate de tienda, tirando toda su dignidad de un modo gratuito a la papelera. ¡Me pone muy malo! Y por último, están ya escombreras del estilo de OnlyFans. ¡Eso sí que es un vertedero! No sé a vosotros, pero a mí esto me da una pena tremenda. En verdad, hay para hacer buena reflexión.

La sociedad está derivando a una devaluación humana espectacular, y lo más gordo, es que parece que al mundo le da igual. La amistad en la actualidad está infravalorada y totalmente frivolizada. La gente cambia de amigos con la misma facilidad con la que se cambia de ropa. Y ya no hablemos del ámbito romántico. ¡El amor está por los suelos!

Las apps de citas, los matrimonios que viven separados, las relaciones abiertas o poliamor y demás ponzoñas han contribuido a que se hayan incrementado las separaciones y los divorcios. Y no lo digo yo, lo dice también el INE. Por si tenéis curiosidad dejo un enlace con datos de informes estadísticos. Son del 2021, pero muy esclarecedores. Además, la situación ha ido a peor. ¡Menuda pena macho!

Me considero una persona de valor, y por ello, tengo unos estándares muy altos. No me gusta la gente de plástico, me repudian las amistades superficiales, me dan alergia los rollos de una noche y las relaciones pasajeras. En pocas palabras, busco sinceridad, fidelidad y compromiso. Creo que no hay nada malo en eso, al contrario, pienso que es positivo. Estas cosas para mí son muy importantes. Las relaciones tóxicas solo generan sufrimiento. ¡Así que pasaporte!

En discotecas, y sobre todo, en fiestas de música electrónica y techno, he tenido algunas conversaciones interesantes. El tema de, por ejemplo, ligar en este tipo de ambientes no va mucho conmigo. Para empezar porque yo voy con los colegas a pasármelo bien y no a lo otro. Y lo segundo, como en cualquier festejo, la gente suele ir bien pasada de rosca.

Entonces, si la persona que se me acerca va muy ebria o metida sigo la filosofía de no dar bola a esas conversaciones. Primero porque son banales, y segundo porque generalmente suele ser el alcohol o las sustancias que lleva encima las que hablan, la persona no. ¡Se nota a kilómetros! Por consiguiente, ahí de veracidad hay entre poco y nada.

Tampoco tengo redes sociales. No tengo Instagram, ni Twitter, ni Facebook, ni cualquier mierda semejante. Y además, tampoco está en mis planes tenerlas. Me niego a sumergirme en esos océanos de estereotipos, superficialidad y exhibicionismo baratos. Con alguna que otra herramienta de mensajería instantánea ya estoy perfectamente cubierto, y por tanto, es más que suficiente.

Por ello, cosas como stalkear perfiles de gente, seguir a tías guapas que no conozco solo porque tienen buen físico, dar like a gilipolleces, estar pendiente día y noche de lo que otros suben, incurrir en situaciones de simpeo y otras conductas de ese palo las tengo muy atravesadas. Y eso cubre ambas direcciones, es decir, hacerlas y que me las hagan. ¡Me pongo muy malo!

En esta vida, hay que saberse ganar el respeto de los demás teniendo la osadía de ser uno mismo. Es más, he pensado mucho sobre la siguiente reflexión, creo fielmente que si en la vida nadie te detesta, es que algo estás haciendo mal. En otras palabras, es imposible caer bien a todo el mundo, y si lo haces, es porque no estás siendo tu mismo. ¡Mal panorama!

En busca de tu mejor versión

Finalmente, para concluir esta reflexión tan extensa, os comento cuál creo que es la mejor filosofía a seguir. Yo creo que la forma de vivir más conveniente en el paradigma social actual, pasa por intentar encontrar la mejor fórmula de uno mismo. Por ello, la introspección es vital. Es el ingrediente que nos permite descubrirnos a nosotros mismos e indagar en nuestras personalidades.

Una vez analizados los pros y los contras, el siguiente paso sería establecer una colección de metas y objetivos que permitan garantizar esas mejoras. Lo esencial es que sean prioridades que sean útiles en nuestro desarrollo personal y que estén a la altura de nuestras posibilidades. ¡Cuidado con las quimeras! Esto guarda bastante relación con lo que comentaba al principio del post al decir que este año había sido una etapa de progreso personal.

La verdad es que toda mi vida creo que lo ha sido. He pasado por una etapa de claros y oscuros (infancia), una etapa sombría (la adolescencia) y una etapa de luz (la actualidad). La primera etapa estuvo marcada por la soledad, la segunda por el aislamiento social y la última por el deseo de cambio. Me hace gracia porque, en cierto modo, mi existencia me recuerda al meme este, muy conocido, sobre las fases de la vida de Anakin Skywalker, aunque mucho menos trágico.

Etapas de la historia del personaje de Anakin Skywalker
Etapas de la historia del personaje de Anakin Skywalker

El año pasado, por Navidad, me propuse realizar una serie de cambios y mejoras que he ido intentando cumplir. Algunos ejemplos que me impuse fueron: mejorar mi técnica y habilidad en el Crossfit, ascender en mi puesto de trabajo, montar el blog que estáis leyendo ahora, continuar mi proceso de independencia doméstica (adquirir coche y plaza de garaje), etcétera. ¡Todos conseguidos! Aunque estos casos son más de índole materialista, creo que sirven para ejemplificar lo que estoy diciendo.

Además, no importa el tiempo que haya que invertir. Cuanto más difícil sea algo y más trabajo requiera conseguirlo, más motivos hay para sacar pecho cuando las cosas salen bien. Nunca es tarde si la dicha es buena. Personalmente, creo que da igual las metas que te pongas siempre y cuando sean alcanzables y te las impongas porque realmente quieres conseguirlas, es decir, porque tú tienes ese deseo de mejorar. Vagar por la vida buscando la aprobación de otros me parece lo más lamentable que uno puede hacer.

El conocimiento es importante y cuanto más variado sea mejor que mejor. Nunca se sabe cuando te puede ser útil. Fijaos en mí, me he hecho varios cursos de videojuegos, he programado mi propia versión del Out Run, que me ha llevado tres años (aquí os dejo el enlace). ¡Con este blog más de lo mismo! Se me metió en la cabeza que quería montar un espacio virtual donde crear mi movida y el resto es historia. ¡Aquí estamos!

También me dio por elaborar dos ensayos sobre mis pensamientos, mis inquietudes, etcétera. Los escribí. Se llaman: “Filosofía de un inadaptado” y “Cuestiones al todo”. Están pendientes de subir, pero no sé todavía cuando. Son bastante largos y en principio irían en diversos posts.

Uno de los proyectos en los que me hallo ahora metido es crear una película de Star Wars usando la técnica de stop-motion. Ya tengo la cámara para poder grabar, estoy incrementando un poco el tamaño de la colección de figuras que tengo (escala 10 cm). Obviamente, las figuras serán “los actores”. Por fin, he encontrado generadores de voz por IA que simulan las voces de los actores reales y de las series de animación de Star Wars: The Clone Wars.

Ahora me hallo empapando de conocimientos sobre edición de video y en busca de un croma para ambientar los fondos de las escenas. Además, ya estoy redactando los guiones y el argumento del metraje. ¡Creo que quedará chulísimo! En fin, la clave de toda esta reflexión es adquirir una filosofía que ordene nuestras vidas y nos dé oportunidades.

Hay que conocerse a uno mismo y establecer metas que nos ayuden a enfocarnos mejor. Estar en una relación no siempre significa compañía y estar soltero no siempre significa soledad. Las cosas vienen cuando vienen, no hay que esforzarse en buscar gente, ni amigos ni parejas. Esas cosas suceden por si solas.

La gente que vale la pena aparece en nuestras vidas como por arte de magia. No hay que focalizarse en la aprobación de los demás ni en lo que estos piensen. Es frecuente por estos lares la ignorancia y el poco criterio, así que no os preocupéis por lo que la sociedad piensa, a la vista está que no lo hace muy a menudo. ¡Sed vosotros mismos! Lo demás fluirá solo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *