Arbol con forma de corazón

Las emociones humanas son uno de los temas más peliagudos que he intentado analizar. No solo por la gran cantidad de sentimientos que existen, sino por lo difíciles que son de controlar, siendo el amor el más claro representante de este último pensamiento. A lo largo de estos textos os voy a intentar explicar cómo me familiaricé con estas afecciones, así como el impacto emocional que han tenido en mi interior.

El amor

El amor, a nivel romántico, es uno de los sentimientos más potentes que se puedan experimentar. Es capaz de subsanar todos los males y tormentos del ser humano o de atraerlos hasta que la mente es corrompida por ellos. Es más que evidente que, tarde o temprano, su influencia se deja notar en el corazón de todos y cada uno de nosotros. Yo me incluyo ya en ese grupo.

El amor representa nuestra afirmación radical humana, mientras que la figura del “antiamor” representa nuestra negación más radical inhumana. Solo el amor nos salva de nosotros mismos, pues el amor es creencia y creación de trascendencia, su símbolo o cifra: el bien inmanente que resulta trascendental. El hombre se hizo y se hace hombre por el amor.

La belleza

En honor a la verdad, no resulta nada sencillo definir la belleza. Por lo general, y en sentido estricto, la belleza es la cualidad de todo aquello que resulta hermoso, que nos parece agradable estéticamente o que consideramos placentero de percibir. Sin embargo, la belleza es un término capaz de variar inmensamente dependiendo de la cultura y de la época.

En la Antigua Grecia, la belleza era concebida como un asunto estricto de simetría, de proporción física entre las partes que conforman una cosa. Platón desechó ese planteamiento afirmando que la belleza verdadera es aquella que se encuentra en el alma humana, a la cual, se accede únicamente a través del conocimiento. A partir de la Edad Moderna, la belleza comenzó a considerarse un asunto exclusivo de la percepción, esto es, un asunto subjetivo, que puede relativizarse conforme a distintas tradiciones culturales.

La relación entre amor y belleza: la irracionalidad

Una vez establecidos los dos conceptos protagonistas del tema de conversación, voy a intentar exponer mi visión de cada uno de ellos, y además, cuál es el eslabón que los hace estar tan intrínsecamente vinculados. En primer lugar, quiero enfatizar que, para mí, los conceptos no son excluyentes el uno del otro sino dependientes. El amor, romántico, depende de la belleza y no al revés. De hecho, esto es ciertamente lógico, puesto que tenemos tendencia a amar aquello a lo que le atribuimos la cualidad de bello. ¿Verdad?

Personalmente, concibo la belleza como la cualidad que presenta un sistema, constituido por un conjunto de partes concretas, cuando cumple con su cometido, y además, está equilibrado y armonizado. En otras palabras, un sistema es bello si es eficaz, eficiente, equilibrado y armónico. Precisamente, porque no hay que alterar su naturaleza. Es perfecto tal y como es.

El gusto, por algo o alguien, lo defino como la atracción que cualquier ser dotado de emociones es capaz de sentir cuando contempla algo o a alguien, el cual, le parece bonito y le agrada. El amor surge cuando esa atracción se convierte en un anhelo o ansia desmedida hacia aquello que se interpreta como bonito, pasando así, a ser bello. El enamoramiento es el proceso por el cual el gusto se convierte en amor y la guapura en belleza.

La gracia de todo este asunto estriba en que esa ansia, ese deseo, emana de la más pura irracionalidad. Por consiguiente, el enamoramiento es subjetivo e involuntario. Si tratamos de buscarle un sentido lógico jamás se lo vamos a encontrar. Ocurre sin que te des cuenta, y si te das, aunque quieras evitarlo ¡no puedes! Las emociones son fenómenos totalmente ilógicos. Si las emociones hicieran a las personas más razonables no se les llamaría emociones ¿no?

El amor es la emoción más poderosa que existe. Nadie es invencible a su efecto. El individuo más misántropo podría enamorarse, y de igual modo, el sujeto más racional y justo podría llegar a perder la cabeza. Yo fui víctima de él, y siendo honesto, ahora otra vez.

Todo este análisis no ha aparecido en mi mente de golpe, como el conejo que aparece en la chistera del mago. Estos pensamientos los he madurado, por increíble que parezca, desde que era un niño. Para que tengáis claro como ha sido todo este proceso os voy a llevar de viaje a mi niñez, momento en el que empezó todo. Solo así, entenderéis el calvario por el que estoy pasando ahora.

El museo Pablo Serrano y el pintor Jean Albert Carlotti

Situémonos en el año 2003. Por aquel entonces yo tenía unos cuatro años y estaba cursando segundo de infantil. Recuerdo que un día, la “señorita Gema”, así era como se llamaba la tutora, nos llevó de excursión al museo Pablo Serrano (Zaragoza). Este museo es un centro dedicado al arte moderno y actual, donde se exponen una gran cantidad de obras del escultor aragonés Pablo Serrano.

Museo Pablo Serrano en Zaragoza
Museo Pablo Serrano en Zaragoza

Recuerdo andar por las distintas salas del museo, contemplando las diferentes obras del autor. Es interesante como, pese a haber transcurrido tanto tiempo, mi mente aún es capaz de evocarme con total frescura lo que sentía en esos instantes. Siendo justo, y claro, no entendía ni un ápice de lo que veía. Y mucho menos, de comprender los motivos por los que Pablo Serrano hizo tales esculturas. ¡Todo era un misterio para mí!

De repente, en una de las numerosas estancias, un compañero dijo lo siguiente: “No entiendo estas cosas. Ni siquiera son bonitas”. Sin duda alguna, ese compañero, que se llamaba Guillermo, habló también por mí. La monitora que nos estaba guiando se quedó perpleja y respondió: “La belleza no siempre puede parecer a primera vista atractiva”. Con esa afirmación, a mí, me dejó de piedra.

Seguidamente, la monitoria nos contó la historia de Jean Albert Carlotti (1909 – 2002). Nos dijo que Carlotti era un pintor italiano que definió la belleza como la suma de las partes cooperando al unísono, de tal manera que no se necesitaba añadir, quitar o cambiar nada. Para ilustrar esta definición, la guía nos dijo que Carlotti hizo dos cuadros: en el primero pintó un reloj y en el segundo ¡a su mujer!

Siendo más precisos, Carlotti definió la belleza al ver a su mujer limpiar y ordenar su taller. En ese instante manifestó: “La belleza son los átomos y las moléculas trabajando mutuamente en armonía y paz; no se necesita ni restar ni aumentar nada más, solo se necesita paciencia para verla en su totalidad y en su pureza. Eso eres tú. Eres preciosa“.

Fotografía del pintor Jean Albert Carlotti
Fotografía del pintor Jean Albert Carlotti

La realidad es que, aun siendo un niño, sabía que me estaban enseñando algo importante. Y aunque no lo logré entender, sí lo guardé en la memoria. Lo retuve para poder desvelar el misterio cuando estuviese preparado. Hasta que llegó ese momento transcurrieron ¡quince años! El día 22 de septiembre del 2018 ¡resolví el enigma! Un suceso extraordinario puso mi vida patas arriba.

La chica de la parada de autobús

Recuerdo perfectamente ese día, 22 de septiembre de 2018. Acababa de comenzar el tercer curso del grado de informática. Iba de tardes, concretamente desde las 15:00 a las 20:00. A priori, iba a ser un día bastante largo porque las asignaturas que tocaban eran bastante pesadas. Y eso por no hablar del trayecto para llegar a la universidad. Todos los días tenía que coger el autobús, para posteriormente, hacer trasbordo, coger el tranvía y llegar al destino.

Sin embargo, ese día pasó algo que lo cambió todo. En aquella triste y lúgubre parada de autobús me encontré algo que no había visto nunca: ¡un ángel! Hasta aquel entonces, jamás había visto una chica, una mujer, tan guapa y bonita. Simplemente, era majestuosa.

Llevaba una mochila rosa, portaba unos pantalones vaqueros con unas deportivas blancas y una chaqueta color verde oliva. Hacía juego con el color de sus ojos. Era de estatura media, ni muy alta ni muy baja. Su piel era morena y su pelo color castaño. Además, os diré que se lo alisaba porque su pelo natural era rizado.

En cuanto a su carácter puedo decir que era educada, sensata y serena. Una mujer que claramente, tenía dos dedos de frente. Aun recuerdo el tono de su voz, era dulce a los tímpanos. La verdad es que muchas veces me quedé con ganas de pedirle a la gente que permaneciesen en silencio, solo para poderla oír bien a ella. Lo más triste de todo, es que nunca llegué a saber su nombre. Imaginaos como de patético soy.

Yo la miraba y ella me miraba a mí. Sin embargo, nunca tuve el valor de decirle nada. ¡Ni un simple “hola”! No me considero una persona para nada cobarde, pero el rechazo es algo que me bloquea. No puedo con él. Sé que estudiaba marketing, y además, tenía un año menos que yo. En honor a la verdad, no sabía de ella absolutamente nada. Y eso era precisamente, lo que más me gustaba.

No solo podía imaginar cosas sobre ella, podía soñar con ella e idealizarla. Lo repito una y mil veces: ¡me encantó! No era como las demás mujeres que había visto hasta entonces. En el mundo hay muchas mujeres guapas. No obstante, ¿cuántas mujeres podríais decir que son excepcionales? Esta chica os aseguro que lo era. ¡Qué mujer más encantadora!

La realidad es, que cuando vi a esa chica entendí lo que Carlotti sintió cuando veía a su mujer. Cada uno de sus rasgos (cintura, caderas, voz, labios, pelo, ojos, etcétera) eran “las partes” de las que hablaba Carlotti. Todas las partes de su cuerpo cooperaban a la perfección entre sí. Y su personalidad, aún las enaltecía más. No necesitaba nada porque su naturaleza era perfecta, símbolo de auténtica belleza.

Estuve durante todo el curso pensando que decirle para no parecer estúpido o idiota. Me aterraba que pudiese pensar algo malo de mí. Aunque en mi interior pude tener cierta sospecha de que en algún momento yo también le pude gustar. Nunca lo vi claro, y es por eso, que nunca me tiré a la piscina. Pasé todo el verano pensando que decirle. Quería tenerlo todo bien atado para que cuando la volviera a ver me pudiera presentar sin parecer tonto. Finalmente, llegó el día 20 de septiembre de 2019. Había que ser valiente, que tragar orgullo y apostar. ¡Iba con ganas de darlo todo! Ingenuo de mí, no sabía lo que se me venía encima.

Cuando fui a hablar con ella, salió de la nada un chico ¡su novio! Se debieron de conocer en el verano. Se dieron un beso que a mí me dejó planchado en el sitio. En pleno día soleado, con un cielo azul y despejado, me cayó un rayo encima que me dejó hecho pedazos. En verdad, me está costando mucho escribir esto. Cada palabra es una esquirla en el miocardio. Me sentí fatal conmigo mismo hasta el punto de llegarme a odiar. Que te odien puede ser horrible, pero odiarte tu mismo… ¡eso sí que es un tormento! No ser un hombre hecho y derecho me condujo a sufrir uno de los peores dolores que he sentido nunca.

Los días siguientes no tenía ganas de ir a la universidad. Sin embargo, ¡no podía hundirme! Tenía que ser fuerte, que luchar. Nunca me he acobardado ante nada ni ante nadie, y ahora no iba a ser menos. Saqué fuerza, coraje y carácter. No me podía permitir que nadie lo notara. Ese dolor era problema mío. Era yo, y nadie más, quien lo tenía que sufrir y vencer. Nada de psicólogos ni terapeutas ni loqueros. El problema era mío, solo mío, y era yo quien lo tenía que solucionar.

Paulatinamente, el paso del tiempo fue cerrando las heridas. Tras recuperarme, decidí no volver a enamorarme, que amar era una desgracia. No quería ser humillado nunca más. Me autoconvencí de que no podía volver a dejarme embaucar. No obstante, debo decir que lo que sentía cuando pensaba en ella era maravilloso. Y eso por no hablar de lo que ella me evocaba cuando la contemplaba. Disfrutaba como el niño que ríe viendo sus dibujos animados favoritos.

Si analizo detenidamente la situación, no sé cómo me enganché, pero el caso es que lo hice. Y para colmo, a día de hoy sigo sin entenderlo. No he encontrado ningún argumento lógico que explique todo ese proceso. Al no saber por qué me había pasado esto, cogí miedo a las relaciones, al amor y a expresar mis sentimientos. Juré no volver a enamorarme nunca más. Y así fue, hasta hace cosa de un año. ¡El destino me ha vuelto a poner a prueba!

La chica del departamento de al lado

Hace cosa de un año, concretamente el 13 de diciembre de 2021, entré a trabajar en la empresa en la que estoy ejerciendo actualmente. Recuerdo ese día como si lo estuviera viviendo ahora. Me incorporé a la empresa con otros dos compañeros, y debo confesar, que el primer día de trabajo oficial llegué tarde a la presentación. ¡Un cuarto de hora tarde! En mi defensa diré que la puntualidad nunca ha sido mi fuerte, y además, que el tiempo para mí transcurre a un ritmo distinto en comparación al resto de los mortales. Sí hijos sí ¡empecé por todo lo alto!

Tras concluir las presentaciones y conocer a los jefes del departamento, nos expusieron las herramientas con las que íbamos a trabajar y nos enseñaron nuestros puestos de trabajo, nuestros cubículos. Mi sitio estaba, y actualmente está, orientado hacia la puerta de salida.

Este hecho es de suma trascendencia porque, en un momento concreto, estando de pie mientras me estaban explicando algo (ya no recuerdo qué exactamente), se escuchó un ruido. Al mirar hacia la puerta de salida, vi a la segunda chica de mi vida. En términos estrictamente cronológicos es la segunda, pero su impacto en mí, como ahora podréis comprobar de primera mano, es mucho mayor que el de “la chica de la parada de autobús. Por ello, está en la primera posición.

Cuando vi a esa chica, que actualmente es una compañera de trabajo, pero de otro departamento, sentí algo que no había sentido nunca. Me sentí tan débil y tan vulnerable que parecía un cachorrito recién nacido. Me sentía tembloroso y a la vez asombrado. La miré unos veinte segundos, quizá menos. Los segundos mejor aprovechados de toda mi existencia. Como diría Shakespeare: “¡De nuevo en la brecha amigos míos!”

Ahí estaba ella, sentadita en su mesa, tranquila, relajada y totalmente dueña de sí misma. Pese a provenir de una familia plagada de creyentes, mis creencias y visiones de la realidad y del mundo no están marcadas por la concepción de un Dios de índole religiosa. Sin embargo, es como si esa figura divina que tanto aman los religiosos la hubiera puesto ahí para mí.

Parece como si Dios hubiera querido darme una garantía certera de su existencia regalándomela a ella, a su más fiel aliada, para salvarme del oscuro y cruel lugar que es esto que llamamos mundo. Me descolocó por completo. Llevaba unos pantalones negros y un jersey verde oscuro. La luz del fluorescente la hacía destacar frente a todos los demás. Por restricciones del coronavirus, en aquel momento llevaba mascarilla, pero en confianza ¿a quién le importa?

Es la chica más educada que he visto nunca. Siempre que hacen algo por ella contesta: “¡Muchas gracias!” Incluso si lo que has hecho por ella ha sido algo tan estúpido e insignificante como sujetar una triste puerta para que pueda pasar. Siempre es muy correcta con los compañeros, es callada y muy elocuente, sobre todo cuando habla de lo que le gusta: el fútbol. Aun sin conocerla puedes ver cómo se le ilumina el rostro. Se nota que le hace muy feliz.

Es una chica alta, con una figura perfecta. Tiene el pelo liso y largo, color castaño. Sin embargo, es un color que no es uniforme sino que hace como una especie de pequeño degradado. La zona próxima a la raíz es un color oscuro y conforme llega a las puntas se torna más claro. La verdad es que es muy bonito porque cuando incide la luz directamente sobre él, se ilumina mucho más esa parte, como la vela que alumbra una habitación en penumbra.

Luego están sus ojos, verdes como las hojas de los bosques. Los tiene preciosos y muy bonitos. Siempre se ha dicho que los ojos son el reflejo del alma. Cuando los miro, durante muy poco rato porque no soy capaz de aguantarle la mirada, veo amabilidad, fidelidad y bondad. Esto también se puede ver en la forma en la que actúa y se dirige a otras personas. Sus orejitas son pequeñas y están situadas en la parte central de la cabeza. La pena es que solo se pueden ver cuando se recoloca el pelo porque lo tiene largo.

Tiene una boca muy bonita. Y aparte está su sonrisa, que es otro tema aparte. No se suele reír mucho pero cuando lo hace, te das cuenta de que vale la pena haber esperado porque es muy alegre. La manera tan pronunciada con la que se le arquean las comisuras de los labios indica que es una sonrisa natural y sincera. Además, están sus labios, finos y rosados. Y sus pequitas, son muy curiosas y graciosas. Tiene una peca encima del labio superior, en el margen derecho. Paralelamente, tiene otra debajo, en el lateral derecho de la barbilla. A mí me parecen encantadoras. ¡Qué belleza!

Por último, está su cuerpo. Sus hombros son redondos y ligeramente inclinados. Sus piernas son elegantes, fuertes y firmes. Y su cadera tiene un contorno ligeramente curvo y muy sensual. Como veis es un sol de chica. En cuanto a detalles curiosos se refiere, he observado que tiene dos tatuajes muy pequeños.

Uno lo tiene en el tobillo y el otro en el brazo derecho, muy cerca de la muñeca. Lo que más me gusta de ellos es, aparte de su sutileza porque son difíciles de ver, su significado. Parece una chica muy sensata y muy metódica. Quiero decir que no es de las que dan un paso en falso sin haberlo pensado antes dos veces. Tienen que tener un significado, y más aun, un motivo por el cual decidió hacérselos. Al no tener ninguna pista sobre el por qué, puedo imaginarme cualquier cosa, lo que hace que aumente aún más mi interés. Pícaramente hablando, ¿cuántos más esconderá?

También lleva siempre unas pulseritas, en ambas manos. No sé por qué las lleva, pero sé que son especiales para ella. Son muy importantes porque siempre va acompañada de ellas. Tienen que tener un valor muy simbólico. Por ello, puedo deducir que seguramente son regaladas. El quién y el por qué es lo que me intriga.

A diferencia de “la chica de la parada de autobús”, de ella sí sé cuál es su nombre. Es un nombre bisílabo de origen hebreo, que significa “señora”. Esto yo no lo sabía, pero la etimología del susodicho nombre hace referencia a mujeres de carácter noble, tranquilas y con grandes habilidades. En conclusión, que el nombre aparentemente le viene como anillo al dedo.

También sé cuál es su primer apellido, el segundo lamentablemente no. Hace tiempo, allá por 2016, leí un artículo que trataba sobre la cultura e historia de España. Básicamente, la idea que defendía era que todas las cosas, da igual lo insignificantes que sean, encierran una historia. Precisamente, una de estas cosas eran los apellidos. Los puedes usar para obtener información del linaje de una persona, así como para poder estimar cuál es su lugar de procedencia. Fascinante ¿no?

Recuerdo que el artículo tenía una tabla de cuáles eran los apellidos más frecuentes, ordenados de mayor a menor. Y además, hacía una clasificación entre apellidos comunes (son muy oídos y los puedes encontrar en cualquier sitio) y apellidos concéntricos (apellidos muy oídos pero que suelen abundar en zonas muy concretas). Su apellido es concéntrico, con origen en territorios de la Corona de Castilla. Lo sé porque es un apellido bastante nemotécnico, y además, ya conocía gente que lo llevaba. Ese apellido era, y es, muy frecuente encontrarlo en las provincias de Castilla y León, pero sobre todo, en Madrid. Así que, aplicando estadística supuse que era de ahí, de Madrid. ¡Y acerté!

Ahora bien, ¿por qué dejó Madrid? He conocido mucha gente que piensa que esa ciudad, Madrid, es “la cuna de la vida”. La ciudad donde mejor se vive, donde más trabajo hay, donde más fiesta y turismo uno puede encontrar. Sé de gente que desde la infancia deseaba irse a vivir allí. Y del mismo modo, sé de personas que se han ido allí y ahora bajo ningún concepto quieren volver.

Sin embargo, en la otra cara de la moneda está ella. Siendo natal de Madrid, decidió dejar la ciudad y venirse a Zaragoza. ¿Por qué lo hizo? A priori, no tiene ningún sentido. Su enfoque entra en conflicto con la perspectiva de la mayoría. Ella rechazó “El Dorado”, la supuesta ciudad de oro, para venirse a Zaragoza. La realidad es que, detrás de cada uno, sin excepciones, hay una historia. Siempre hay una cadena de sucesos relacionados por el vínculo causa-efecto que hacen que nuestras acciones tengan sentido. ¿Cuál será su historia?

He notado que tiene un vínculo muy arraigado con el fútbol, pero ¿por qué? Sé que es un sentimiento muy fuerte. De hecho, ella siente amor por ese deporte, lo que me induce a pensar que en algún momento de su vida tuvo que vivir una serie de acontecimientos, junto a ese deporte, que le dejaron huella. Algo le pasó. Por su determinación y pasión, diría que no es algo reciente, sino que es algo que tuvo lugar cuando era niña, durante su infancia.

Fue un suceso o sucesos los que le enseñaron a primar su felicidad por encima de todas las cosas. Y tuvo que vivirlo con alguien, un ser cercano, alguien a quien sin duda alguna quería mucho, alguien a quien amaba profundamente. Alguien que seguramente ya no esté. Y lo sé porque los recuerdos y sentimientos se avivan cuando la persona con las que los compartiste ha, tristemente, fallecido.

Por estadística y probabilidad, sería un familiar. Puede que su padre o su madre, algún tío o tía. Podrían ser incluso sus abuelos. No podría decir cuál, lo que sí puedo decir es que las enseñanzas que recibió eran muy sólidas. A decir verdad, puede que no haya tales enseñanzas sino que solo sean recuerdos. De ser este el caso, deberían ser recuerdos bonitos, especiales y de mucho valor para ella. Aquí es donde reside la gracia de no saber nada de alguien. ¡Fijaos todo lo que uno puede pensar!

Hace cosa de unos días, por motivo de la semana de la mujer, hicieron unos blogs sobre las distintas compañeras de trabajo, y por supuesto, estaba ella. ¡Qué guapa salía en las fotos! En ese blog se contaba un poco de su historia. Muchas de las dudas y conjeturas que tenía sobre ella se solucionaron. En este blog figuraba que era nacida en Madrid. Así supe que mi hipótesis era correcta.

También hablaba de su infancia. Sabía que le gustaba el fútbol y que jugaba, pero no me imaginaba que le gustara tanto. ¡El fútbol es el motor de su vida! Cito textualmente: “El fútbol es felicidad, cuando juego todo lo que pasa alrededor se me olvida, es la mejor vía de escape, es desconexión, jugando al fútbol disfruto muchísimo”. Gracias al blog, pude saber cuál era ese suceso tan trascendental que comentaba en párrafos anteriores. Ella cuenta que sus primeros recuerdos vinculados al fútbol vienen de ver partidos con su abuelo, que era un apasionado de ese deporte. ¡Ahí está la pieza que faltaba del rompecabezas!

La verdad es que la entiendo, mi abuelo por parte de padre, también fue quien me enseñó el fútbol por primera vez. Fue quien me explicó cómo se jugaba, las reglas y fue quien me compró mi primer balón de reglamento.

Estábamos en lo que entonces se llamaba “Galerías Primero”, en la caja a punto de pagar. De repente me subí en el carro, y apoyado en un lateral, mi abuelo empezó a girarlo para darme vueltas. ¡Qué bien me lo pasaba! El carro dejó de girar y empecé a sacudirlo mientras pedía otra ronda. Se me cayó el carro encima. Rompí las botellas de vino, de agua y de leche. ¡Una hecatombe! Me acuerdo que se me quedó mirando, y con cara de circunstancias, le dije: “Yayo, ¡esto es una pena!” Se río, y solo por eso, me compró un balón de fútbol que habíamos visto pocos instantes atrás. Con cinco años, tuve mi primera pelota de reglamento.

También recuerdo cuando me sacaba de paseo al parque o cerca de las vías del tren para verlos pasar. Yo quería ser ferroviario, pero por problemas de visión no pude y acabé en informática. ¡Me encantaban los trenes! Recuerdo que un día, estábamos en Irún por la boda de un familiar. Fuimos a la estación a despedir a uno de sus hermanos. Allí, había un tren listo para salir porque lo anunciaban por los megáfonos de la estación, se subió en él y pidió amablemente al maquinista y al revisor que aplazasen la salida cinco minutos para que yo pudiera ver el interior de la máquina. ¡Fue muy bonito!

Lamentablemente, hace cinco meses que el hombre falleció, que ya no está. Lo más bonito es que la noche antes de morirse estuve con él. Le di la cena y estuvimos viendo el fútbol femenino, ya no recuerdo el partido. Mientras lo veíamos se acordaba de todas estas cosas y dijo que añoraba esos recuerdos. Me dijo lo siguiente: “A no mucho tardar solo seré un recuerdo en tu mente”. Creo que conmigo vivió su último momento de felicidad y se me saltan las lágrimas. Cuando yo me marché porque me relevó mi padre, al poco rato empezó a ponerse mal. Con el transcurso de la noche fue empeorando hasta que a la mañana del día siguiente falleció.

Cuando leí la historia de esta chica, al mencionar a su abuelo me vino a la mente el mío. Rememoré todos los recuerdos que os he citado, y muchos más. Le diría como dice ella: ¡”Muchas gracias”! Sin embargo, cada vez que la veo me acomplejo, no puedo mirarla porque me quedó embobado y tonto. No quiero que vea que soy vulnerable, y mucho menos, que lo vean los demás. Soy sarcástico, cortante a veces y puedo llegar a tener muy mal pronto cuando las cosas no me salen. El enfado a veces me pierde, pero sobre todo soy orgulloso. No quiero que sepa ni que soy vulnerable ni que ella es la causa.

Odio profundamente que piensen que soy débil. Desearía hablarle pero ¿qué le digo? No sé cómo comenzar una conversación con ella. Su círculo es diferente al mío. A decir verdad, no sé siquiera si le caigo bien. Yo creo que no. De hecho, confieso que en algún momento me he portado como un gilipollas delante de ella.

No sé cómo saldré de esto. El miedo me paraliza y me tortura. El miedo desencadena cobardía, la cobardía lleva al silencio, el silencio al sufrimiento. Así estoy yo, atormentándome y sufriendo en silencio cada vez que la veo. Y lo peor de todo es que no hay motivo lógico aparente, simplemente que soy idiota. Voy allí muchos días esperando que me hable y que me ayude a salir de la concha. Ella también me ha mirado bastantes veces. Puede ser que esté esperando lo mismo o que piense que soy imbécil. Tampoco creo que haya hecho nada malo. Igual es que simplemente pienso demasiado.

La verdad es que me encanta sentarme en la cafetería, que está enfrente de donde se sienta ella. Ahí puedo ver cómo trabaja y cómo se concentra en sus cosas. Es mi patética forma de estar cerca de ella. En fin, menuda cruz llevo encima. ¡Quién sabe! Puede que algún día lea estas reflexiones. Espero que no. De hecho, lo más probable es que nunca lo lea. Si bajara un ser todopoderoso que me dijera que en un futuro lo iba a leer y que tengo alguna posibilidad la esperaría para la eternidad. ¡Esto es amor!

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