¡Muy buenas a todos, queridos lectores! Como ya dije en el anterior post, he estado muy focalizado en preparar una buena dosis de contenido, así como en presentar un tema filosófico al que, con total seguridad, todos nos hemos enfrentado o enfrentaremos en algún momento de nuestra existencia. Es un post con bastante información, y además, cuenta con diversas experiencias personales para enfatizar las conclusiones de las reflexiones. Así las cosas, vamos a ir poco a poco para no perdernos y tener un flujo de información que sea claro. Damas y caballeros, hoy vamos a hablar del Absurdismo.
Con total certeza, os habrá pasado alguna vez que al momento de sonar el despertador en el alba, el primer pensamiento que invade vuestra mente sea “¿para qué?” En resumidas cuentas, ¿qué ganamos nosotros levantándonos de la cama un día más para desempeñar la misma labor de siempre?
Si eres un trabajador promedio ¿cuántas tareas tendrías que realizar para sentirte realizado? En caso de ser un creador de contenido o un influencer, ¿cuántos suscriptores deberías conseguir para que tu trabajo sea influyente? Ahora, suponte que eres un profesor o un catedrático con grandes ansias de conocimiento, ¿qué cantidad de libros tendrías que leer para poder satisfacerlas? Y si eres un deportista, ¿cuántas medallas, trofeos o victorias tendría que haber en tu palmarés para que estuvieras conforme?
Todas estas cuestiones nos conducen a un interrogante aún mayor: ¿para qué quiero valer, conocer, o incluso querer, si mi existencia comparándola con la infinitud de la línea temporal es un periodo de duración absolutamente ridículo? Es más, aunque todo mi legado perdure durante un tiempo, dentro de unas décadas, casi nadie, por no decir nadie, sabrá que he existido alguna vez. Nadie sabrá que este blog existió. Nadie tendrá consciencia de que programé diversos juegos aclamados por el público. Ningún mortal sabrá que fui un gran nadador en mi adolescencia o que participé en competiciones de Halterofilia o CrossFit. ¡No sabrán absolutamente nada de mí!
Mal que me pese, la “nada” es mi origen y mi ineludible final. La muerte es la deuda a la que tienen que hacer frente todos los hombres, puesto que todos, sin excepciones, estamos abocados a ella. Estos pensamientos tan pesimistas y escalofriantes pueden resultar asoladores, mas pobre de aquel ignorante que no haya reflexionado sobre ellos o lo haya hecho, pero no los haya confrontado debidamente. La realidad es que a medida que surgen estas preguntas, la diabólica presencia de la incertidumbre se abre paso.
Mi cometido en este post es aportar soluciones a estas problemáticas, cuanto menos inquietantes, en vistas a tratar el problema del “para qué”. Espero que estéis preparados para afrontar verdades dolorosas, pero necesarias. Siendo así, poco a poco y con buena letra, vamos a adentrarnos en las profundidades de este oscuro enigma.
La mejor forma de explicar la problemática que hoy nos atañe es recurrir a los escritos de uno de los pensadores más emblemáticos en el mundo de la filosofía moderna: el ya fallecido Albert Camus (1913 – 1960). De hecho, toda su ideología está marcada por la huella de un hito narrativo y trascendental de la cultura popular: el mito de Sísifo. Así pues, de acuerdo a la mitología griega, Sísifo fue el primer rey de la ciudad de Éfira, actualmente conocida como Corinto.
En el relato de Ilíada y Odisea, escrita por Homero, esta figura es representada como un ser despiadado y cruel que no tenía problemas en asesinar a quien fuera necesario para imponer su voluntad. Y para más inri, fue el único monarca de la etapa griega helénica que se las ingenió tanto para desobedecer los mandatos de Zeus, el rey del Olimpo, como para acusarle de raptar a una ninfa. Ante estas conductas, Zeus ordenó a Tánatos (la muerte) ir en busca de Sísifo para que lo condenase al inframundo.
Con malas artes, Sísifo también logró embaucar a la muerte, poniéndole a ella lo grilletes. Tánatos estuvo preso durante mucho tiempo, hasta que Ares, el dios de la guerra, puso fin a su cautiverio. No obstante, de todas las artimañas que hizo, la más crítica fue el ultraje que cometió en el inframundo hacia Hades, ya que consiguió engañarle para regresar al mundo de los mortales poniendo a su esposa, llamada Perséfone, como chivo expiatorio.
Para hacerle pagar por todas sus fechorías, los dioses decidieron en conjunción la sentencia que se le iba a imponer como castigo. Dicha sanción no fue dolor físico ni mental ni psicológico, al menos directamente. Y del mismo modo, tampoco fue humillación eterna ni esclavitud. ¡Nada de eso! La pena que se le impuso fue experimentar, de primera mano, el sin sentido durante el resto de la eternidad. Para ello, debía empujar una gran piedra redonda desde la falda a la cima de una montaña, verla caer hacia el punto de partida, y volverla a subir indefinidamente. Como veis, es una reprimenda muy bien elaborada.
El relato que he comentado anteriormente, despertó la curiosidad del filósofo francés, motivo por el que en 1942, publicó un ensayo conocido como El mito de Sísifo, donde realizó un excelente comentario del mismo, sostenido con las máximas y principios básicos de su particular doctrina: el Absurdismo o filosofía del absurdo. ¡Cuidado, que la cosa empieza a ponerse tensa!
Llegados a este punto, la primera pregunta que nos viene a la mente es: ¿en qué consiste el Absurdismo? Vaga la redundancia del término, este pensamiento tiene como principal foco de estudio la antropología del absurdo, dicho de otro modo, su naturaleza. ¡Ojo avizor! Esta terminología no debe acuñarse como sinónimo de ilógico, irracional, estúpido o cualquier otro vocablo semejante. Más bien, el absurdo hay que entenderlo como un símbolo del conflicto interno del ser humano para buscar dar un sentido intrínseco y objetivo a su existencia, y la incapacidad de medios para poder encontrarlo, es decir, su aparente inexistencia. ¡Menudo dilema!
Puesto en palabras coloquiales, no sabemos por qué estamos aquí, ergo no podemos responder ni cuál es nuestro propósito individual como personas ni cuál es nuestro cometido colectivo como sociedad. Es más, Camus va más allá diciendo que, en el hipotético caso de que pudiéramos diseñar un proyecto vital rentable para el mundo y reconfortante para nosotros, aún tendríamos otro elemento del cual no podemos escapar: la muerte. En resumen, de acuerdo al autor, la búsqueda de un sentido a la existencia humana desemboca en fracasos estrepitosos por definición. La razón estriba en que no hay una explicación global universal capaz de unificar todo.
Hago un pequeño paréntesis para enfatizar la idea de que el mundo, en sí mismo, no es absurdo como tal, al igual que tampoco lo es el ser humano. Precisamente, en este punto, es donde radica la diferencia entre un pensador nihilista y uno absurdista. El Nihilismo defiende que todo: las personas, el mundo, lo que vemos, lo que percibimos, etcétera, forma parte de una vida macabra y quimérica que conduce al vacío. Por tanto, nada merece la pena, incluso nuestra propia existencia y la de la realidad como tal.
En el Absurdismo, el sin sentido surge cuando la inherente curiosidad del hombre por entender cómo funcionan las cosas, haciendo uso de la razón, choca contra la falta de información y contra la irracionalidad que emana el mundo en el que vivimos. Y es ahí, donde surge el absurdo. Fijaros como toda esta problemática, que es totalmente racional, confluye en la irreductibilidad de un principio racional cuanto más irrazonable. Después de todo… ¿cómo puedes demostrar un suceso sin contar con las evidencias claves? O dicho de otro modo, ¿cómo puedes explicar el todo a partir de las partes sin conocer todas esas partes? ¡Es totalmente imposible! De ahí, la irrefutable presencia del absurdo.
Teniendo en cuenta todos estos datos, la vida de un ciudadano promedio se reduce a tareas, acciones y hábitos repetitivos, monótonos, inútiles, fútiles y completamente vacíos de significado que se ejecutan por obligación, costumbre, tradición e incluso inercia, pero desde luego, no por coherencia, elocuencia y lógica. Seguidamente, cito un párrafo escrito por Camus en su obra El mito de Sísifo que refleja muy bien este pensamiento:
“Llegó un día en el que el hombre se percató de que tenía treinta años de edad y, con tal pretexto, se reafirmó en su juventud. Sin embargo, no tardó mucho en situarse en relación con el tiempo, y fue ahí cuando se horrorizó, contemplando a su peor enemigo. El tiempo no le pertenecía, sino que él pertenecía al tiempo. Solía desear con furor que fuera mañana un día tras otro, cuando lo más sensato habría sido justo lo contrario: negarse rotundamente. Esa rebelión encarnecida… es el absurdo.”
La realidad de nuestra existencia se basa en el mañana, concretamente, en sueños y futuros esperanzadores que esperamos con ansia que surjan como fruto de nuestra dedicación y trabajo. El quid de la cuestión reside en que, mientras esperamos con fervor esas recompensas, nos acercamos cada vez más a la muerte. Al realizar introspección con nosotros mismos, nuestras mentes se dan cuenta en primera persona del carácter maquinal que tiene la vida.
De hecho, quizás algunos de vosotros, no hayáis “degustado” estos pensamientos, lo cual, es cuanto menos impactante. De ahí, la gran importancia que tiene la introspección en nuestras vidas. Tomando como referencia las reglas del mundo contemporáneo, el ejemplo por excelencia que ilustra estas reflexiones es del obrero. A continuación, os pongo otro pequeño fragmento de Camus. Prestad atención:
“Llega un momento en el que el escenario vital cae por su propio peso: levantarse, coger el tranvía, trabajar cuatro horas en la fábrica, comer rápidamente, trabajar otras cuatro horas en la fábrica, cenar, dormir y repetir el ciclo: lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado durante todas las semanas. Hasta que, un día cualquiera surge el inevitable ¿para qué? Es entonces cuando se acentúa esa lasitud teñida de repugnancia.”
A modo de curiosidad, hay una comparación que realizó la conocida autora francesa Simone de Beauvoir (1908 – 1986) de las tareas domésticas, que con frecuencia realizaban las mujeres y el castigo de Sísifo empujando la piedra: “pocas tareas se asemejan más a la tortura de Sísifo que el trabajo doméstico, con su infinita repetición: lo limpio se ensucia y lo sucio se limpia una y otra vez, jornada tras jornada.”
La realidad es que actividades cotidianas como comer, dormir, hacer ejercicio e incluso tener relaciones sexuales no se escapan a esta dinámica en bucle. Además, Camus presenta tres arquetipos básicos que reflejan muy bien “la esencia del hombre absurdo”.
El primer caso es el hombre mujeriego, es decir, aquel que vive el amor de forma lujuriosa, divertida y apasionada. Los varones que llevan este “modus operandi” no reciben mayor placer que el de las relaciones fogosas, singulares o pasajeras. Por esta razón, este perfil de hombre busca cortejar a todo tipo de mujeres a fin de cuentas de mostrar confianza, seguridad y osadía, así como de experimentar en carne viva las fases iniciales del enamoramiento.
El segundo arquetipo representativo es el actor, ya que se embarcan una y otra vez en representar personalidades o identidades efímeras para alcanzar una fama que, igualmente, también lo es. A groso modo, es una persona que se convierte en personaje, para más adelante volver a ser persona. Así, una y otra vez en el tiempo.
El tercer modelo reside en la figura del guerrero, que renuncia a toda promesa de eternidad para dedicarse a la historia. Es obvio que no hay victorias definitivas, puesto que todo en esta vida es pasajero. El soldado rechaza esta concepción de la realidad y decide tomar cartas en el asunto.
Lo realmente triste de todas estas actividades no es realizarlas, sino el momento en el que te das cuenta de que son absolutamente ridículas en todas sus vertientes. Imaginad los pensamientos que invaden al trabajador cuando va a la oficina, al deportista cada vez que entrena, al limpiador cuando termina de limpiar el suelo, al donjuán cuando conquista a otra mujer, se acuesta con ella y la deja, al guerrero cuando gana la batalla o al actor cuando finaliza su papel. En estos momentos es cuando… ¡se masca la auténtica tragedia!
La irracionalidad de nuestros actos o la falta de sentido de estos, en yuxtaposición a la impotencia que se experimenta al intentar hallar una respuesta, seguida de un inevitable y atronador silencio, es el palpito del absurdo. ¡Increíble eh!
A estas alturas de la película, muchos de vosotros estaréis pensando que vaya pena de vida o que post más pesimista. Porque claro, entonces ¿qué hacemos aquí y por qué? ¡Esas son las eternas preguntas! De acuerdo a “la filosofía camusiana” son tres las actitudes que podemos tomar ante semejante dilema existencial.
En primer lugar, Camus propone la opción del suicidio como un alternativa, a priori, bastante plausible. A continuación, cito una reflexión del susodicho pensador: “solo hay un problema filosófico realmente serio: el suicidio”. La cosa es que otras cuestiones como: ¿qué es el conocimiento?, ¿existe Dios?, ¿existe el alma?, etcétera, son interrogantes que, aparentemente, quedan en segundo plano frente al tema que hoy comentamos.
Daros que cuenta de que, si no se puede lograr hacer frente al problema del absurdo, realmente, no tiene sentido hacerse las preguntas anteriormente citadas, entre otras razones, porque daría igual la respuesta, pese a ser algunas de las inquietudes epistemológicas y metafísicas más destacadas desde el origen de esta disciplina: la filosofía. Teniendo presente todo lo comentado, esta “solución” no parece tan loca o disparatada. De hecho, si el problema radica en la fatal situación para dar proyección a la condición humana, una posible causa sería pensar que, simplemente, no tiene causa. ¿No? Así las cosas, no sería una mala opción erradicarla y poner fin a esta angustiosa sucesión de pensamientos.
Dicho en palabras llanas, ¿no sería más sensato borrarnos del mapa? Parece un planteamiento fácil y sencillo, pero aun con todo, es incorrecto. De acuerdo a Camus, el significado intrínseco del suicidio no es otro que confesar subrepticiamente que la vida en sí misma no tiene ni valor ni sentido. ¡El suicidio es un craso error!
El motivo reside en que este tipo de concepción tan burda es propia de una actitud nihilista ante la vida, no de una absurdista. El ser humano y la realidad tienen un sentido de existencia. No obstante, es el deseo de intentar darlo con la imposibilidad de encontrarlo donde radica el absurdo. ¿Comprendéis la idea, verdad? Prestad atención a la siguiente cita y sacad vuestras conclusiones.
“No hay nada que refuerce más el absurdo que el hecho de acabar con la vida voluntariamente debido a la presencia del absurdo. Matarse es equivalente a confesar que la vida nos supera o, directamente, que no la hemos entendido al no hallar una respuesta inexistente”.
¿Os dais cuenta de que proceder así implica una total contradicción? Si nos suicidamos por el absurdo, no estamos haciendo otra cosa que reivindicar el absurdo, y eso en sí mismo, es el absurdo. Albert Camus cita: “en el apego de un hombre a su vida hay algo más poderoso que todas las miserias del mundo: el juicio corporal equivale al espiritual, y en consecuencia, el cuerpo retrocede ante el aniquilamiento. El hombre es al absurdo como el absurdo es al hombre; se puede vivir con él”.
En resumidas cuentas, sabemos que no podemos suicidarnos o que al menos no deberíamos porque es una actitud cobarde y de dominación total ante el absurdo. Por ende, como decía la cita anterior, la solución pasa por tratar de convivir con él de algún modo. Ahora nos surge otro interrogante. ¿Cómo se puede convivir con el absurdo sin hundirnos ni sucumbir ante él? Esa es una gran pregunta, y en este sentido, Camus también propone algunas alternativas que procederemos a ver in situ.
La segunda opción que plantea Camus es recurrir a la fe como elección moral e incluso epistemológica. En última instancia, se trata de adoptar un conjunto de creencias justificadas en la existencia de un ente vital divino capaz de otorgar un sentido trascendente y absoluto a todo lo que nos rodea: el mundo. Por consiguiente, este marco de fe supera al absurdo. El padre del Existencialismo: Søren Kierkegaard (1813 – 1855), afirmó que dar un salto de fe hacia lo intangible y empíricamente indemostrable es una medida completamente irracional, pero aun con todo, muy necesaria.
Lo realmente interesante es que, pese a plantear la religión como una posible alternativa, Camus termina descartándola porque la aceptación de esta implica renunciar o escapar a cualquier tipo de racionalidad, ya que se produce una abstracción del individuo con respecto a la realidad oscura en la que vive para adentrarse en otro marco, cuanto más utópico. La susodicha abstracción conlleva negar tanto nuestra experiencia como la lógica. Dicho de otro modo, estaríamos negando el absurdo. Es, precisamente, este motivo por el que el filósofo francés descarta esta opción.
Ante dicha encrucijada, ¿qué opción nos queda sobre la mesa? Si no podemos eludir el problema físicamente o mentalmente, si no podemos acabar con nuestra vida porque sucumbiríamos al yugo del absurdo, y por supuesto, tampoco podemos ignorarlo… ¿qué hacemos entonces? Pues bien, Camus plantea que no se debería ver a Sísifo como un esclavo o un ente infeliz condenado al sin sentido, sino todo lo contrario, debería ser visto como un héroe que, con o sin reticencia, ha logrado aceptar su destino y ha aprendido a vivir con él.
Sísifo no espera que su situación cambie ni llora desconsoladamente a los dioses para que lo liberen de su penitencia, y desde luego, no se inventa justificaciones lógicas que refuercen su situación. Simplemente, carga con la piedra una y otra vez. Esto es de vital importancia, puesto que el reconocimiento de la verdad es, precisamente, lo que acaba conquistándola. Lo que en verdad buscaban los dioses no era que Sísifo cargase con la piedra, sino que se cuestionara el por qué tenía que hacerlo una y otra vez, y al no encontrar una respuesta lógica certera, terminase en una espiral de sufrimiento sin demora.
En el momento en el que Sísifo acepta su castigo y convive con él, logra oponerse y sobrepasarlo. Por consiguiente, el castigo deja de ser castigo, ergo se produce la liberación del hombre. Y esa es, exactamente, la solución final que propone Camus: la aceptación.
En relación a lo anterior, este mecanismo permite un recibimiento, cuanto más neutro o positivo, del absurdismo inmanente en la realidad que vivimos. Sin embargo, lejos de llorar, quejarnos, lamentarnos y sufrir, lo asimilamos, lo saboreamos y vivimos con él, es decir, ¡lo aceptamos! Así las cosas, el absurdo se convierte en una parte natural de la vida en lugar de ser una incitación a la muerte. Ahora bien, ¿es mejor coger el toro por los cuernos o darle la espalda?
Camus propone tres vías para poder llevar a cabo este cometido: la rebeldía, la pasión y la libertad. La primera elección posible es bastante contradictoria, puesto que se admite la presencia del absurdo y se acepta, pero al mismo tiempo, hay que rebelarse y luchar contra él. No hay metas ni objetivos ni esperanza ni positivismo para la figura del hombre.
Únicamente, es la confrontación directa consigo mismo y con la oscuridad de la realidad lo que le da sentido a la vida, puesto que se pone de manifiesto el orgullo y la inteligencia del hombre. El rebelde lucha día tras día contra una realidad que lo trasciende, y al mismo tiempo, está continuamente evitando el matarse.
En este sentido, a mí no me gusta mucho este planteamiento, ya que la cantidad de elementos que escapan al control del hombre es infinita. Por tanto, hay y habrá casos en los que por más que quisiéramos luchar no podríamos hacerlo, y adicionalmente, hay o habría que hacerlo con ayuda de otros, una ayuda de la que no siempre se va a disponer. Así las cosas, el hombre podría adentrarse aún más en ese estado de oscuridad y miseria como consecuencia de esa frustración latente. La rebeldía individual es semejante a la anarquía colectiva, puesto que son planteamientos útiles a corto plazo, pero tienen muchos fallos a la hora de ser enfocados como estilos o proyectos a largo plazo.
Vivir en un mundo absurdo se debería contrarrestar con el hecho de experimentar el mayor número de experiencias positivas y lúcidas posible, con el fin de sentirnos mejor y estar al frente todo el tiempo que se pueda. Los tres arquetipos expuestos anteriormente son muestras claras de modelos de vida absurdistas, pero enaltecidos, ya que cada uno en su estilo, viven el absurdo como un estilo de vida en vez de luchar contra él, como haría el rebelde. Fijaros lo que dice Camus sobre el hombre seductor:
“¿Es acaso el donjuán un ser entristecido? No resulta verosímil. Esa risa insolente y victoriosa y esos saltos que denotan la afición a lo teatral son claros y alegres. Todo ser sano tiende a multiplicarse. Además, los tristes tienen dos motivos para estarlo: ignoran o esperan. Él sabe y no espera. No se comprende bien al donjuán sino refiriéndose a lo que simboliza vulgarmente: un seductor corriente.
“Él es un seductor ordinario, con la diferencia de que es consciente de ello. Seducir es su estado. Lo que la ética del donjuán pone en práctica es la ética de la cantidad, y no de la calidad, tal y como predice el santo. El tiempo marcha junto a él, puesto que recorre, estruja y quema rostros ardientes y maravillados, a la par que rechaza la añoranza de lo vivido.”
En definitiva, la pasión es un estilo de vida que explota el absurdo al máximo, pero de un modo consciente, no de un modo iluso, instintivo o ciego, que es el estigma propio del mundo moderno. Pues es necesario tener una clara consciencia clara del modelo social actual y de sus normas, es decir, del presente, para poder exprimirlo de un modo inteligente y eficiente.
Desde siempre, se ha pensado que una de las propiedades básicas, además por derecho, de los seres humanos era la capacidad para ser libres. Sin embargo, vemos que esta creencia es en realidad una mera ilusión, puesto que está completamente plagada de hábitos, normas, prejuicios y rutinas que transforman su existencia en un instrumento carente de importancia, valor y propósito.
Es, precisamente, el hallazgo del absurdo lo que nos permite ver las cosas desde un enfoque totalmente nuevo, permitiéndonos así, “quitarnos las esposas” y aceptar con una lucidez plena la conclusión de que nada tiene sentido. Observad la reflexión de Albert Camus: “nada tiene sentido. Ergo siempre que no perjudique a terceros, soy libre de obrar sin imposiciones vacuas o normas estrictas”.
Por consiguiente, se puede concluir que el auténtico propósito es atender nuestros proyectos sin ningún tipo de apelación, siempre y cuando, no repercutan negativamente en los proyectos vitales ajenos. En otras palabras, somos libres de obrar como queramos, pero en cada decisión se tiene que anteponer el bien común por encima del personal.
Reflexionando sobre toda la información comentada en el post, me he dado cuenta de que quizás, mi “modus vivendi” también ha estado marcada por la presencia del absurdo mucho más de lo que creía. En definitiva, mentiría descaradamente si dijera que nunca me he hecho la famosa pregunta del ¿para qué? Seguidamente, voy a ilustrar cuáles son los motivos por los que creo que mi existencia es una definición perfecta del hombre absurdo. Tal vez, vosotros también os sintáis identificados conmigo, a consecuencia de las frustraciones experimentadas. ¿Seremos todos personas absurdas?
El primer caso sobre el que voy a ejemplificar la idea es el concepto del obrero. Es más, para dejar de lado posibles connotaciones negativas, voy a referirme a él con el término de trabajador normal y corriente. Como ya mencioné anteriormente, este es un caso claro de hombre absurdo para Albert Camus, debido a que el propósito o tarea que desempeña un trabajador o la mayoría, no tienen otro significado lógico que el que la entidad o corporativa para la que trabajan quiere darle.
Sin embargo, aunque el trabajador al principio pueda ver sentido a sus quehaceres, con el transcurso del tiempo, la triste realidad es que el empleado tiende a desmotivarse y a comprender que la labor que realiza no es suficiente o, directamente, no es nada.
Lo curioso es que esto nos pasa a todos: ceo’s, chief’s, managers, encargados, jefes de planta, responsables, becarios, asistentes, etcétera. Todos en algún momento de nuestra vida nos hacemos la temible pregunta del ¿para qué? Es realmente interesante pensar: “¿para qué quiero trabajar ocho horas diarias en una empresa que no es mía?, ¿por qué debería terminar una tarea si nada más acabarla voy a tener otra? o ¿a qué fin quiero montar una empresa si no voy a poder disfrutar de ella permanentemente?”
De todas estas preguntas nadie se logra escapar. Lo único que cambia es, precisamente, cuánto tiempo tarda cada uno en hundirse y agachar la cabeza ante este enigma. Obviamente, cuanto mejor es tu trabajo, más tiempo vas a tardar. La cosa es que ¡siempre termina ocurriendo! Y es ahí, donde nos topamos con el absurdo, puesto que no somos capaces de otorgar o atribuir un sentido pragmático y lógico a nuestra productividad. ¡Ojo, cuidado! Esto puede ocurrir sin necesidad de estar “quemado” laboralmente, o mejor dicho, sin estar alienado, según la terminología marxista. Lo que sí es cierto es que, en esos momentos de sobrecarga, el impacto emocional es mucho mayor.
Personalmente, no estoy insatisfecho con mi trabajo porque me siento cómodo y valorado. No obstante, son muchos los días que me he cuestionado qué es lo que me aporta mi trabajo como individuo y como persona. Me tratan bien, pero no hay un motivo lógico y absoluto que evidencie que lo que estoy haciendo está bien y que, realmente, sirve para algo.
No hay un propósito, un fin, un bien, legítimo y pleno más allá que el que te impones tú mismo o te imponen terceros. Indirectamente, esto se conoce como enfoque existencialista, y a groso modo, quiere decir que ante la imposibilidad de encontrar una meta basada en lógica y experiencia, te la atribuyes tú o te la dan, para así, sentirte válido. El problema está en que ambos enfoques son subjetivos.
Promocionar, ascender, dirigir a la gente, conseguir prestigio y status, tener dinero, ser un gran deportista, etcétera, es algo totalmente beneficioso, pero no por ello, duradero. Todo lo conseguido desaparecerá sea por el motivo que sea. Como veis, nadie se escapa de esto.
Y para más inri, hacer lo que nos gusta y apasiona tampoco nos llenará plenamente. Me pongo de ejemplo claro para explicar esto. A mí me gusta mi trabajo, y siendo sincero, teniendo en cuenta los años que llevo cotizados y la profesión que tengo: informático, cobro muy bien. Y aquí estoy, ahorrando e invirtiendo para poder tener patrimonio, y al día de mañana, comprar una casa propia, tener una buena mujer a mi lado e hijos.
Esto último es más secundario porque no solo depende de mí, pero sí que es algo que, honestamente, me gustaría poder lograr. Así, podré sentirme realizado en todas las vertientes: amorosa, social, moral y económica, y además, podré descansar a gusto sin que me persiga la sombra diabólica del ente social consumista que hemos creado.
Son cosas que requieren tiempo y esfuerzo, pero que tengo que hacer si quiero que mi vida y las de aquellos que me rodean: familia cercana, amigos, mujer e hijos sean mejores. ¡Estas son algunas de las piedras que tengo que empujar por la montaña! Pese a todo, lo dicho, no sé si estoy en lo correcto o no, pero me parece un modelo de vida mucho más pulcro que la fiesta continua, el alcohol, la droga, el sexo promiscuo y demás tonterías. A mi el zorreo no me va ni poco ni nada.
Me siento más lleno haciendo deporte, programando videojuegos, construyendo vínculos amorosos y amistosos con gente de bien o escribiendo en el blog para mí y para vosotros. Y eso que no gano un duro, sino todo lo contrario, son costes y horas de incesante trabajo (piedras) que tengo que echarme a la espalda. Son cruces que cargo con gusto porque si no lo hago yo no lo hace nadie. Lamentablemente, también me surge la pregunta de “¿para qué hago esto?” Lo peor es que no hay respuesta.
Paralelamente, a la reflexión anterior sobre mis inquietudes en el mundo laboral, me gustaría definir otro arquetipo adicional a los que propuso Albert Camus: el deportista. Esta afirmación la he sacado de mi trayectoria deportiva desde que era pequeño. Para mí, el deporte es algo sagrado. No puedo estar sin hacer un mínimo de ejercicio, puesto que es vital moverse para ejercitar todos los grupos musculares, así como las articulaciones. De esta manera, evitaremos ser tanto sedentarios como sedentarios activos.
Ahora bien, ¿todo lo que nos aporta el deporte es bueno? Los grandes deportistas buscan tener un palmarés rico en trofeos, medallas, premios, campeonatos ganados y ser protagonistas de grandes hitos deportivos. Por el camino se reciben críticas, se tienen problemas para compatibilizar vida profesional y personal, se sufren todo tipo de lesiones, se experimentan episodios de inseguridad, de miedo, de falta de confianza, incluso se pueden sufrir depresiones y traumas. No es nada descabellado, pues muchos deportistas sufren estas cosas. ¡Es una realidad muy frecuente!
Uno podría pensar: “¿me sale rentable lidiar con todos estos problemas?” Lo único que vas a recibir es una fama efímera y una serie de éxitos de los que no vas a poder disfrutar eternamente. La respuesta es clara, no hay sentido alguno en hacerlo porque toda la progresión se ve coartada por el retiro y por la propia muerte, y a eso hay que sumar el abanico de posibles problemas que pueden suceder por el camino. Los deportistas como yo, que no tenemos una trayectoria conocida, sino que somos más bien gente de a pie, estamos prácticamente igual, con la diferencia de que nadie se acordará de nosotros.
Practiqué natación desde los cinco hasta los diecisiete años, ya que lo dejé allá por 2015. De niño tenía auténtico pánico al agua, y por esa razón mi madre decidió apuntarme a un curso para ver si me quitaban el miedo. A pesar de ser niño, todavía me acuerdo, estaba completamente asustado. ¡Templaba como un cachorro recién nacido! A los dos o tres días perdí el miedo, y a la semana, ya sabía flotar en piscina grande sin tocar pie y sin manguitos, churros, etcétera. Así comenzaron mis andadas en la natación.
Aprendí a nadar a braza, a dar la voltereta en la calle, a tirarme de cabeza, el estilo de mariposa, el crol hacia adelante y de espaldas, etcétera. La piscina se me hacía corta y disfrutaba al cruzarla de un lado a otro. Lamentablemente, comencé a cansarme porque siempre era lo mismo. El miedo se convirtió en fortaleza, la fortaleza en conquista, la conquista en costumbre y la costumbre en indiferencia. ¡Perdí las ganas de nadar!
También me gusta mucho el ciclismo y el running. De hecho, cada semana dos tardes a correr y dos etapas caen, pero al ser deportes que no hago tan seguido no me canso tanto de ellos. Hubo un tiempo que me dio por el fútbol y, siendo honesto, debo decir que era malo con ganas. Sin embargo, me dije: “le voy a meter caña y a ver qué sale”. Anda que no me tiré tardes y noches solo en el parque haciendo toques, aprendiendo a hacer fintas, a regatear, a cabecear y a centrar. Llegué a empapelar el parque con dianas impresas en papel, y así cuando chutaba, sabía donde había golpeado la pelota.
En 2012, tuve un accidente en el que me destrocé la mano derecha dos veces, llegando a perder algo de movilidad en la segunda. Ahí, me dije: “no vuelvo a jugar más”. Descubrí cosas buenas de mi mismo gracias al fútbol, y gracias a él, también experimenté el peor dolor físico que he vivido: dos huesos rotos y en fricción. Todo lo que aprendí se perdió y, en términos pragmáticos, no me sirvió de mucho. Aun así, tengo un buen recuerdo de esa etapa. Al igual que la natación, me enseñó que todo es actitud y que eso de “esto se me da mal, no puedo hacerlo” no existe. ¡Hay que pelear y trabajar!
Nunca fui un chaval sobresaliente en fuerza, pero sí lo era en resistencia y velocidad. Por esa razón, en pandemia me compré un kit de pesas y empecé a ganar algo de fuerza. “¡Al pan, pan y al vino, vino!” La cosa permaneció estable hasta que en 2021, cuando me cambié de trabajo, comencé a practicar CrossFit. Aún recuerdo mi primera clase y lo desastre que fue. ¡Es que no daba una de verdad! Además, me tocó una sesión que eran ejercicios que requerían mucha técnica, y claro, pues no sabía por donde me daba el aire.
Me consta de primera mano, que tras acabar la sesión el monitor pensó: “este tío no vuelve.” Y siendo sinceros era verdad. No pensaba volver, pero tras meditar vi que lo había hecho tan mal.. que a peor no podía ir, así que solo quedaba la mejora. ¡Volví otra vez, y ahí sigo! Empecé a sacar todo tipo de ejercicios, a ganar más resistencia aeróbica, aumenté mi fuerza y mi volumen muscular. Y como colofón, he pasado de pesar 62 kg cuando empecé a los 72 kg que llevo ahora. ¡Ahí está la progresión!
Adicionalmente, en 2022 me metí a hacer Halterofilia, vaga la redundancia, solo puedo contar más de lo mismo. ¡Trabajo, esfuerzo y recompensa! Pero claro, hasta cuando va a durar esto es la pregunta. Una vez que dominas el ejercicio y lo tienes controlado solamente queda subir peso y más peso. ¿Y luego qué? No puedo levantar peso infinito ni puedo mejorar algo que ya domino. Por más trabajo que meta, habrá un peso que fallaré, y si logro vencerlo, el siguiente lo palmaré, y así sucesivamente hasta que me tope con una barrera física de la que no pueda salir, y entonces… ¡se acabó el juego! Una vez más vuelve el Absurdismo y el eterno “¿para qué?“
Hace unos meses atrás, tuve una toma de marcas que se dividía en dos partes: snatch y clean & jerk. La primera parte salió bien, ya que conseguí clavar 50 kg, que no está nada mal. La segunda parte fue un fracaso con todo el equipo. La cargada fue bien, pero al hacer el jerk cometí una serie errores: en el primero se me fue la barra hacia atrás y en el segundo no descanse lo suficiente, que derivaron en dos levantamientos nulos. Al final, tuve que jugar a lo seguro con 65 kg, un peso relativamente bajo, para poder puntuar. En resumen, una auténtica deshonra. Y para más inri, con toda la gente mirándome.
En lo que terminó “la competición” la gente se quedó charlando y yo me fui disgustado y enfadado a casa a pensar. ¡Perdí el control de la situación! Realmente, podría haberlo hecho mejor, pero me puse nervioso y me entró el miedo escénico. La salud mental y la cabeza hacen mucho en el deporte. Tras una complicada noche de sueño, me di cuenta de que no importaba el fallo y que era absurdo estar así porque siempre va a haber pesos o levantamientos que fallaré. Así que, decidí tomar la derrota como algo a corto plazo y pensar en positivo y hacia adelante.
A día de hoy, he obtenido 80 kg en clean & jerk, 60 kg en snatch y 90 kg en power-clean. Obviamente, hay más métricas y estadísticas, pero seguramente no sepáis los ejercicios. Por ello, no entro en detalle. Me interesa que veáis entre líneas la progresión numérica. Básicamente, porque es un ejemplo de superación. El deporte se puede definir como fracasos que se convierten en victorias y victorias que se convierten en fracasos. No hay meta clara ni tampoco éxito. El ganar es perder y el perder es ganar, una y otra vez en bucle. ¡Ahí está el absurdo!
En breve tengo otra toma y ya voy moralmente preparado para lo que pueda pasar. ¡He trabajado duro! No obstante, sé que puedo palmar por cualquier cosa en cualquier momento, así que tesón y cabeza fría. Mi objetivo es hacerlo lo mejor que pueda, aun con el riesgo de irme con mal sabor de boca. Y de igual modo, ocurre en el resto de deportes: ya sean individuales o colectivos: tenis, fútbol, baloncesto, etcétera.
Un equipo puede entrenar duramente toda la semana con sol, frío, niebla, lluvia o nieve, llegar a la jornada del fin de semana y perlar 2-0, 3-0 o similares. Es ahí, donde radica el absurdo, y es ahí, donde hay que levantar cabeza, aunque sean momentos de angustia, falta de confianza e inseguridad. Hacedme caso que sé de lo que hablo. Imaginad un baloncestista con los tiros libres y los triples, un jugador de fútbol con los goles o los penaltis, un portero con los disparos, etcétera. ¡Nunca se acaba!
Y da igual los goles que metas, las canastas encestadas, los balones parados o las barras levantadas. ¡Antes o después errarás! No hay fórmula clave para ganar ni para perder, puesto que no hay nada objetivo que enfoque el pragmatismo del deporte, salvo mejoras cardiovasculares, estabilidad, agilidad, etcétera. Y desgraciadamente, tampoco perduran, por lo que el deporte desde un punto de vista empírico y lógico es absurdo. He vivido diversos momentos de ese tipo. ¡Roma no se construyó en un día! Hay que aceptar el error y seguir luchando.
Solamente hay un final, que no es otro que retirarse, ya sea por lesión, por desgaste, por aburrimiento o por el paso del tiempo. ¡Los cuerpos se deterioran sin un atisbo de dignidad! Naces para morir, entrenas para retirarte, trabajas para “vivir”. Todo es un absurdo. Además, es fácilmente observable, que da igual el suponer en el que estemos: seductores, obreros, actores, guerreros, deportistas, ente otros. Pues lo único que cambia es el status quo, ya que la conclusión a la que llegamos es la misma: “polvo eres y en polvo te convertirás“.
En el deporte tan pronto como se gana se pierde y tan pronto como se pierde se gana. Y al igual que sucede en este ámbito, sucede en todos los pesares de la vida ¡Ese es el absurdo! Aceptadlo y seguid luchando. Os aseguro que un equilibrio físico y mental sano es un proyecto de vida provechoso. ¡Esa es la solución!
Tras explicar mis reflexiones, creo que todos tenemos bastante claro que, el problema propuesto por Albert Camus y el Absurdismo, no puede ser resuelto por otra vía que no sea la aceptación. ¿Os acordáis de lo que puse en otros posts anteriores como el del Positivismo Absolutista, la importancia de la introspección o el del Estoicismo?
Básicamente, el mensaje que transmití era que el camino para poder gozar de una vida sana era tener un nivel de desapego emocional que nos permitiera amar y apreciar a la gente, pero al mismo tiempo, saber aceptar cuando desaparecen, ya sea por las circunstancias o por el destino y la vida. Además, era bueno tener un buen control de las emociones, gestionarlas, que no eliminarlas.
El enfado es bueno, y la frustración también, siempre y cuando no sean emociones desmedidas, puesto que nos impulsan al crecimiento y a la mejora. En lo referente a la felicidad y la alegría… ¡mucha atención! Cuando estamos alegres, felices y eufóricos no medimos, no controlamos, no pensamos, y por tanto, erramos. Es fácil parecer tonto o imbécil bajo estos estados. La arrogancia es un privilegio y hay que hacer méritos para ganarla. En definitiva, hay que tener un buen equilibrio emocional.
La siguiente premisa era trabajar con una realidad basada en la visualización negativa, es decir, a la hora de tomar una decisión u obrar, siempre tener presente que la realidad va a adoptar el peor de todos los casos. A partir de ahí, todo lo bueno que pueda llegar a suceder será recibido con lo brazos abiertos. Estas premisas nos llevan a una aceptación de todo lo que nos pueda pasar, y además, nos prepara para sobrellevarlo. ¿Os dais cuenta de que de un modo inherente estamos aplicando la vía que propone Camus?
El absurdo no es más que otro obstáculo más de la vida. Bueno, más bien diría que es un barranco que no podemos cruzar. No podemos saltar porque sería la muerte. Y del mismo modo, no podemos caminar al lado porque eso sería equivalente a trastornos mentales, depresión y problemas psicológicos. Así las cosas, nos alejamos de él, pero aquí viene la clave del mensaje: ¡sabemos que está ahí y lo aceptamos! Recordad lo que dijo Camus: “el hombre es al absurdo como el absurdo es al hombre; se puede vivir con él.”
No persigáis la felicidad, puesto que es una emoción y es cambiante. No juzguéis sin saber y no os hundáis sin motivo. Para todo lo que ocurre en “nuestros pequeños mundos” hay una razón, y lo complicado es eso: saber y querer encontrarla. Aceptad el absurdo y abrazadlo, porque al no tener un sentido lógico a nuestra existencia, no queda otra que dárselo nosotros. Da igual si hacéis natación y lo dejáis, si hacéis fútbol y os lesionáis, si competís en CrossFit y Halterofilia o lo que sea que hagáis para sentiros vivos.
Ahora, alguno de vosotros podrá estar pensando en la religión como modelo de vida. Personalmente, no lo recomiendo mucho. Hace un par de años, hice unas reflexiones acerca de mis inquietudes políticas, cómo concebía un modelo social correcto, y además, cómo podía explicarse el sentido de la vida desde la ciencia, la religión y la filosofía. Honestamente, creo que pueden ser interesantes de leer y debatir. Los ensayos se llaman: Filosofía de un inadaptado y Cuestiones al todo.
Lo importante es tener visión y contar con un buen modelo de vida. Malgastar todo el tiempo en fiestas continuas, en diversión desproporcionada, en hedonismos de segunda, en relaciones que no valen, en trabajos que no compensan, etcétera, no es un buen negocio. Si no hay un sentido lógico para vuestras vidas, intentad darle uno que sea rentable, bueno y próspero para vosotros y para vuestros allegados. ¡A por ello!
Para concluir, ya dije en la entrada anterior que este nuevo contenido iba a ser interesante. Me he entretenido más de lo necesario, pero creo que ha merecido la pena. Si este os gusta, que fijo que sí, el siguiente que va muy ligado… ¡os va a encantar!
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